¿Tercios vs. samuráis? Mito y realidad sobre los combates de Cagayán

Mucho se ha escrito sobre los famosos combates de Cagayán, un choque armado en Filipinas entre, dicen algunos, los tercios españoles y los samuráis del Sol Naciente. El episodio es bien conocido por los nostálgicos de la grandeza hispana de los siglos XVI y XVII, que no paran de reivindicarlo a machamartillo como ejemplo de la bravura y excelencia de las armas ibéricas. Y, de paso, aprovechan para denostar la destreza marcial de los japoneses. Pero la realidad es que hay mucho mito -y aún más desinformación- en torno a este episodio, así que vamos a tratar de poner los puntos sobre las íes y sacar a relucir la verdad histórica que hay detrás de los tan cacareados combates de Cagayán.

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«Antes quebrar que torcer»; la gesta del capitán Pessoa y sus 50 valientes en Nagasaki

¿Qué pasaría si un tercio español del siglo XVI se enfrentara en batalla a un ejército samurái? Imposible saberlo, porque a lo largo de la historia nunca se produjo un choque semejante. Pero eso no quita para que muchos aficionados a la historia-ficción fantaseen sobre el posible resultado. La cosa no deja de ser otra versión del eterno debate que sacude internet desde tiempo inmemorial. ¿Quién es más fuerte, un ninja o un pirata? ¿Y si pelearan un samurái y un pirata? Discusiones bizantinas (y bastante chorras) que seguirán sin respuesta por los siglos de los siglos. Pero, curiosamente, de algo parecido a un choque entre piratas europeos y samuráis sí que tenemos noticia. Cuentan que un día, a principios del siglo XVII, un capitán portugués se enfrentó en Nagasaki a una guarnición entera de samuráis. Los lusos eran apenas 50 hombres. Los japoneses, cerca de 3,000. Y aguantaron como leones, a bordo de su barco, durante más de tres días de batalla. Esta es la historia de la titánica resistencia de Andre Pessoa y la nao Madre de Deus.

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Con la Iglesia hemos topado: el misionero que quiso caminar sobre las aguas de la bahía de Tokyo

Si en el imperio de Felipe II no se ponía el sol, en tiempos de Felipe III hubo quien aseguraba ser capaz de detener el curso del astro rey en el cielo solo con el poder de su fe. El hombre (supuestamente) capaz  de tal prodigio era fray Juan de Madrid, un misionero franciscano recién llegado a Japón en los albores del s. XVII. Pero su repertorio de capacidades sobrehumanas no terminaba ahí. También decía poder caminar sobre las aguas y mover montañas a voluntad, todo gracias a la fuerza que, según él, Dios le concedía. El objetivo de los milagros de fray Juan no era otro que demostrar al mundo la superioridad del credo católico apostólico romano frente a los cultos paganos que profesaban los nativos del lugar. Pero, entre las almas descarriadas que intentaba atraer al redil del Señor, no había solo nativos japoneses. En realidad, su máximo afán era convertir a un capitán de fortuna inglés, William Adams, y su tripulación, todos ellos protestantes a machamartillo, a quienes las tormentas habían hecho naufragar en aquellas costas. Continuar leyendo «Con la Iglesia hemos topado: el misionero que quiso caminar sobre las aguas de la bahía de Tokyo»

Don Justo Takayama, ¿un santo samurái?

¿Habemus santo samurái? Recientemente ha saltado la noticia y el rumor está rebotando por los medios de medio mundo. Las informaciones  sobre la posible beatificación de un famoso samurái cristiano del s. XVI se suceden a velocidad de vértigo. El asunto está levantando cierta polvareda por la red y, la verdad, no es para menos. No todos los días se eleva los altares a todo un caudillo samurái, de los de katana en ristre y kabuto ceñido. Un titular potente como pocos, de esos que atraen clics como moscas a la miel. El personaje al que el Vaticano planea santificar es Takayama Ukon, también conocido por el nombre de Don Justo, que adoptó al bautizarse. Al parecer las gestiones están bastante avanzadas, y la canonización se da ya por segura. En fin, si la Iglesia ha hecho santos a señores como el rey vikingo Canuto IV o el emperador romano Constantino, por qué no iban a admitir en su selecto club a un guerrero samurái.

Además, Don Justo Takayama siempre ha tenido buena prensa en Japón. Los historiadores clásicos nos lo presentan como un perfecto caballero, elegante y honorable. Desde el lado católico, siempre ha tenido también una legión de hagiógrafos que lo pintan como un santo varón. Pero, ahora que ha saltado la liebre de su posible beatificación, se están diciendo cosas que no son del todo ciertas. Por ejemplo, no olvidemos que, aun en caso de ser canonizado, Takayama Ukon no sería el primer santo samurái de la historia. Sin ir más lejos, Pablo Miki, uno de los 26 mártires de Nagasaki, era de familia samurái. Cierto es que apenas «ejerció» como tal, ya que desde jovencito se consagró a eso del ora et labora con los hermanos jesuitas en el seminario. Pero, técnicamente, tan samurái era el uno como el otro. Llegados a este punto, se hace necesario un repaso a los hechos históricos para separar el grano de la paja. Veamos hasta qué punto Don Justo vivió su vida en olor de santidad. Luego, que juzgue el lector si hizo o no méritos suficientes para ser elevado a los altares. Continuar leyendo «Don Justo Takayama, ¿un santo samurái?»

Yamada Nagamasa: un samurái en la corte del rey de Siam

En la era de los descubrimientos, los europeos no fueron los únicos que se atrevieron a desafiar a los siete mares en busca de nuevas tierras. A una escala más modesta, los japoneses también se lanzaron a navegar más allá de sus islas, acaso siguiendo el ejemplo de esos extraños visitantes que, con sus naves negras, se empezaban a dejar ver por sus costas desde mediados del s. XVI. Hasta alrededor de 1630, los comerciantes nipones se expandieron por todo el Sudeste asiático y, en algunos de esos lugares, dejaron una huella profunda.

Pero, si hubo alguien que realmente llegó a hacerse un nombre allende los mares, ese fue Yamada Nagamasa. Un aventurero japonés que había huido de su tierra natal en busca de fortuna y acabó convirtiéndose en el brazo derecho del rey de Siam (la actual Tailandia). Comandante en jefe de la guardia real y con una tropa de élite formada por mercenarios samuráis a sus órdenes, era prácticamente el hombre más poderoso del país. Hasta fue capaz de mantener a raya a los temibles galeones europeos, que se lo pensaban dos veces antes de buscar pelea cuando veían ondear los estandartes de Nagamasa. Se dice pronto, pero llegó incluso a darle para el pelo a todo un batallón español, en una época en la que los ejércitos castellanos eran poco menos que invencibles.

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