Como estamos ya en plena época festiva, vamos a despedir el 2016 con un artículo de tono más ligero de lo habitual. Porque nos lo pide el cuerpo, qué demonios. Veamos, ¿quién ha sido el samurái más fuerte de todos los tiempos? Una duda que lleva corroyendo a los aficionados a la cultura japonesa desde la noche de los tiempos, por lo menos. Primero habría que decidir cómo definimos eso de “el más fuerte”, porque según el criterio la lista de candidatos varía bastante. Si nos ceñimos a la capacidad de ser mortal de necesidad con una katana en la mano, nos vienen a la cabeza nombres como Miyamoto Musashi, Ito Ittosai o Kamiizumi Nobutsuna. Es imposible definir de manera objetiva quién ha sido la mejor espada de la Historia de Japón pero, si hiciéramos un hipotético ranking, en el top 5 nos encontraremos, sin duda, con nuestro protagonista de hoy. Hablamos de Yagyu Jubei, un espadachín de leyenda, máximo exponente de una de las escuelas de esgrima más afamadas de la tierra del sol naciente: la mítica Yagyu Shinkage Ryu.
Los orígenes de la escuela Yagyu Shinkage se remontan a los tiempos más crudos de la era Sengoku, cuando Japón estaba dividido en mil facciones en guerra constante las unas contra las otras. Masacres diarias, sangre, fuego, acero y destrucción. Un horror, vamos, de esas épocas que es mejor no visitar el día que se invente una máquina del tiempo. Pero, para los miembros del clan Yagyu, ese Japón del siglo XVI, devastado por los desastres de la guerra, era su hogar. Estaban en su salsa en medio de toda aquella carnicería. La era Sengoku estaba hecha a su medida, y a la postre les iba a brindar el escenario perfecto para saltar al estrellato.
El clan Yagyu, una saga de espadachines
Los hombres del clan Yagyu vivían por la espada y para la espada. Gente dura y curtida, un linaje de guerreros natos. Su destreza con la katana pronto llamó la atención de un jovencito Tokugawa Ieyasu, que los tomó bajo su protección. Muneyoshi, patriarca de la familia, colocó a su hijo Munenori como instructor de esgrima personal de Ieyasu. Un puesto bastante apañado para una humilde familia de espadachines provincianos. Tokugawa Ieyasu era ya un daimyo de cierto renombre, y estando a su servicio no les iba a faltar el arroz. Solo con eso ya habrían tenido la vida resuelta, pero ese joven y prometedor daimyo, unos años después, iba a convertirse en shogun y amo de todo Japón. Papá Yagyu había apostado por el caballo ganador. No sabemos si en 1500 y pico, cuando ofreció a su chiquillo para el puesto de maestro de esgrima, ya intuía que Ieyasu tenía madera de soberano, pero es innegable que el tipo tuvo un ojo estupendo para elegir señor. A los Yagyu les había tocado la lotería.

Aunque no todo fueron sake y rosas. A Muneyoshi y sus hijos también les tocó batirse el cobre en unas cuantas batallas, porque a Ieyasu el shogunato no se lo dieron en ninguna tómbola. Tuvo que pelear duro y jugárselo a todo o nada varias veces, como por ejemplo en Sekigahara y en los sitios de Osaka. En todos esos lances los Yagyu lucharon como leones, siempre al lado de su señor. Y, cuando el país estuvo al fin en paz e Ieyasu pudo asentar sus orondas posaderas en el trono, sin temor a que nadie intentara moverle de la silla, en la corte de Edo había un flamante puesto vitalicio esperando a los Yagyu. Munenori había conseguido lo que nadie en toda la era Sengoku había logrado: conquistar el estatus de daimyo, con todos los privilegios asociados, a través únicamente de sus méritos con la espada. Un hombre hecho a sí mismo: la versión samurái del sueño americano.
Al empezar la era Edo, con Japón unificado y en paz, los espadachines de todo el país estaban destinados poco menos que a morirse de hambre. El final de las guerras civiles los había dejado sin trabajo. Pero, para los Yagyu, la llegada de esta nueva era seguía siendo, simplemente, business as usual. Eran los instructores de esgrima del shogun. Siempre que hubiera un Tokugawa en el trono, ellos se encargarían de enseñarle el arte de la espada. Tenían trabajo asegurado para las siguientes 20 generaciones.
Yagyu Munenori era un tipo listo y se movía como pez en el agua en la corte. Fue asesor privado de tres generaciones de shogunes: el padre, Ieyasu; el hijo, Hidetada; y el nieto; Iemitsu. Será con este último, a la sazón tercer shogun de la dinastía, cuando los Yagyu alcancen su máximo esplendor. Munenori trepó puestos en el escalafón, ganó títulos y tierras, y pronto dejó de ser un simple instructor de esgrima para asumir el cargo de Metsuke (una especie de comisario jefe) y consejero personal del mismísimo Iemitsu. Se había convertido en uno de los tipos con más poder del país. Pero, lejos de dejar que se le subiera a la cabeza, Munenori nunca olvidó de dónde venía y a qué debía su éxito. Día tras día siguió cultivando el arte de la espada, para afianzar el futuro de la escuela Shinkage Ryu. Ese era el mayor patrimonio del clan Yagyu, más allá de feudos y honores cortesanos.

Y la escuela Shinkage Ryu estaba destinada a alcanzar la perfección definitiva en la tercera generación, de la mano del superdotado hijo de Munenori. El protagonista de nuestra historia de hoy, Yagyu Jubei. Un genio de la espada, un guerrero puro, un asesino más letal que una manada de tigres hambrientos. Y uno de los tipos más duros que jamás se hayan paseado por la tierra del sol naciente.
Vida, milagros y duelos de Yagyu Jubei
Antes de entrar en detalles biográficos, hay que presentar al bueno de Jubei como se merece. Contando uno de los lances más conocidos de su ajetreada vida, que nos da una medida del tipo de personaje al que nos enfrentamos. Imaginemos un duelo, en algún lugar de Japón, entre dos samuráis. La típica escena que hemos visto en cientos de películas: dos guerreros frente a frente, en guardia, cada uno con la mirada clavada en su adversario. Los músculos en máxima tensión, listos para saltar sobre su presa. Dos depredadores, dos animales salvajes, dos lobos con colmillos de acero.
Pero, en vez de acero, esta vez lo que empuñan los guerreros son sendas espadas de madera, de esas que se utilizan en el kendo para entrenar. Efectivamente, parece que esta vez el combate no es un duelo a muerte. Se trata de una pelea de exhibición. Un lance amistoso. Uno de los samuráis está simplemente de paso por la ciudad. Su fama de espadachín le precede, y el señor de estas tierras le ha pedido que muestre su arte en el dojo del castillo. Tiene ante sí al maestro de esgrima local, y les rodean todos sus discípulos. Están ansiosos por ver si los rumores son ciertos, si ese misterioso extranjero es más fuerte que su maestro. Es un duelo amistoso, con espadas de pega, sí. Pero es una cuestión muy seria. Está en juego el honor de toda la provincia. El maestro tiene que demostrar que los samuráis de pueblo también saben manejar la katana.

Ambos guerreros permanecen inmóviles como estatuas de sal, uno frente al otro. Todos contienen la respiración. La tensión casi puede cortarse. El aire se torna irrespirable. Al fin, el maestro profiere un terrible alarido y se coloca en posición de guardia alta. Va a atacar. Su adversario reacciona. Se acerca el momento decisivo. Y, ciertamente, todo sucede en un momento. Las espadas chocan con un ruido sordo y, al instante siguiente, ambos contendientes están inmóviles, casi en la misma posición en la que empezaron, pero con la espada tocando el hombro del adversario, apuntando al cuello. Nadie sabe muy bien qué ha ocurrido. Todo ha sido demasiado rápido.
“¡Un empate!”, se arranca a decir el héroe local. A lo que el extranjero responde secamente, “en absoluto. He ganado yo.” El revuelo en la sala es total. El maestro, muy ofendido, no acepta la derrota. Para él, igual que para todos los presentes, está claro que el combate ha acabado en tablas. Pero el extranjero no da su brazo a torcer. Insiste en que la victoria es suya.
– ¿Es que no lo ves? Si hubiéramos peleado con espadas de verdad, tu cabeza estaría ahora rodando por el suelo – se limita a decir
– Muy bien, ¡pues entonces repitamos el duelo usando nuestros aceros!
El extranjero trata de hacerle ver que lo que pretende es absurdo. “Vas a tirar tu vida a la basura alegremente”, le dice. Pero el maestro, hecho un basilisco, hace como quien oye llover. Rojo de ira y de vergüenza, desenvaina su katana y se pone frente al samurái forastero. A este no le queda más remedio que echar mano también de su herreruza. “Tú lo has querido”, le dice mientras arma su guardia.
La escena se repite. De nuevo los dos samuráis frente a frente. Un instante que se hace eterno, dos mandobles que se abaten a la vez sobre la cabeza del enemigo. Tras descargar sus golpes, ambos guerreros vuelven a quedarse inmóviles durante un segundo. Pero esta vez el resultado es diferente. Todos ven cómo se dibuja un corte en la manga del kimono del extranjero. Acto seguido, el maestro se desploma en el suelo como un saco de patatas. Tiene un tajo en el cuello por el que sangra a borbotones, como un gorrino en San Martín. El extranjero desvía la mirada, enfunda su katana y murmura para sus adentros un “te lo dije”. Fastidiado por haber tenido que segar una vida de manera tan estúpida, se larga con viento fresco del lugar, dejando al resto de los presentes con la boca abierta de par en par, intentando procesar lo que acaban de ver.
Ese extranjero misterioso es Yagyu Jubei, hijo del Comisario Jefe Munenori y maestro de tercera generación del estilo Shinkage Ryu. Nuestro protagonista de hoy.
A algunos lectores les resultará familiar esta historia, que el gran Akira Kurosawa inmortalizó en Los siete samuráis en una escena memorable. Probablemente, uno de los duelos más antológicos que jamás se hayan filmado. Como una imagen vale más que mil palabras, sobre todo si la firma el maestro Kurosawa, servidor se calla y deja que juzguen por ustedes mismos:
(Pedimos disculpas por el doblaje italiano, pero Youtube no da para más.)
Pues bien, el lance en el que se inspiró Kurosawa originalmente se lo debemos a Yagyu Jubei, que es a quien se le atribuye la hazaña. O, al menos eso dice la tradición, claro. Con los libros de Historia en la mano, le surgen a uno bastante dudas de que todo esto ocurriera realmente. Lo más probable es que sea una simple fantasía, pero no vamos a dejar que la realidad nos estropee una buena historia. Faltaría más. Si la leyenda dice que Jubei sajaba a sus rivales a la velocidad del sonido, quiénes somos nosotros para dudarlo. De hecho, la leyenda dice que hacía eso y muchas cosas más.
El jovencito Jubei
Como hemos visto otras veces, la Historia japonesa tiende a ensalzar a sus héroes hasta el absurdo. Así que, con Jubei nos pasa como con Miyamoto Musashi y tantos otros, resulta imposible saber dónde empieza el hombre y termina el mito. Pero, más allá de esa destreza sobrehumana y esos duelos imposibles, Yagyu Jubei es un personaje interesante por derecho propio. Vamos a intentar separar un poco el grano de la paja y conocer algo más del Jubei histórico.

Yagyu Jubei Mitsuyoshi, que era su nombre completo, nació en 1607. Ya hemos dicho qiue su señor padre era el líder del clan Yagyu, heredero en segunda generación del estilo Shinkage Ryu y maestro de esgrima personal de los shogunes Tokugawa. Como samurái, Munenori tenía unas credenciales inmejorables. No se podía pedir más. Pero como padre debía de dejar un poco que desear. Dicen las crónicas que era bastante tirano, y trataba a sus hijos con extrema severidad. Jubei era el mayor de unos cuantos hermanos y, por tanto, en teoría le correspondía ser el futuro cabeza de familia. Aptitudes no le faltaban. Era un espadachín excelente, desde bien pequeñito destacó en el manejo de la katana. Dicen de él que era un chaval espabilado, más listo que el hambre, y con cierta propensión para meterse en peleas. Cómo no iba a gustarle buscar camorra, viniendo de semejante familia, claro. De casta le viene al galgo.
Pero su papel de heredero del clan era más una maldición que otra cosa. La presión de su padre era insoportable. Los entrenamientos con Munenori eran durísimos. No tenía piedad con Jubei, le importaba un bledo que solo fuera un niño. Al final todo aquello terminó dando el resultado deseado, porque el chaval acabó siendo el amo absoluto de la barraca, un jefazo total capaz de limpiarle el forro a un batallón entero sin despeinarse. Pero el pobre Jubei no debió de pasarlo muy bien en sus años mozos. Dice la leyenda que su padre llegó a saltarle un ojo de un espadazo mal dado en mitad de un entrenamiento. Y siguió la lección como si nada.

El asunto del ojo mancado tiene su miga. Tradicionalmente, a Yagyu Jubei siempre se lo representa como un guerrero tuerto. Además, a modo de parche en el ojo lleva una tsuba, un guardamanos de katana, para darle puntos extra de chulería. Históricamente no está muy claro que Jubei fuese tuerto, ya que no hay ningún documento de la época que mencione este hecho. Todos los retratos más o menos contemporáneos que se conservan de él lo representan con los dos ojos intactos. Pero, claro, eso no ha impedido que a lo largo de los siglos hayan surgido un millón y medio de teorías para explicar cómo acabó con un ojo a la virulé. Que si se lo saltó su padre de una pedrada como castigo a alguna trastada, que si lo perdió en un duelo… Historias para todos los gustos, y probablemente ninguna cierta.
Pero, para qué engañarnos, sería una verdadera pena que Yagyu Jubei no hubiera sido tuerto. Porque esa imagen suya con el parche en el ojo es demasiado brutal para no ser cierta. Como dicen los amigos de La Tortulia Podcast en su infinita sabiduría, es bien sabido que todos los grandes tipos duros de la historia son tuertos: Aníbal Barca, Blas de Lezo, Big Boss (el de Metal Gear)… Yagyu Jubei, un tipo grosso y salado donde los haya (permítasenos el modismo rioplatense), no podía menos que ser tuerto. Y, como además de tuerto era samurái y japonés, en vez de un simple parche el tipo se puso un guardamanos de katana para taparse el hueco. Con un par. Si es que no se puede molar más.
Pero es que la cuestión ocular de Yagyu Jubei trasciende la mera realidad histórica. Es algo mucho más profundo. Desde los albores de Internet, en la red de redes se ha debatido largo y tendido sobre quién es el guerrero más poderoso sobre la faz de la tierra: un ninja o un pirata. Una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. Pues bien, Yagyu Jubei zanja la cuestión reuniendo en una sola persona lo mejor de ambos mundos: el parche en el ojo de los piratas y la katana de los ninjas. Ahí es nada. Y, como veremos más adelante, la conexión de Jubei con los ninjas no termina ahí. Porque, según ciertas teorías, es posible que él mismo fuese un ninja en sus ratos libres. ¿Quién puede superar eso? Ninja, pirata y samurái a la vez. La santísima trinidad de las cosas que molan en esta vida.
Bromas aparte, ya hemos dicho que lo más probable es que al Yagyu Jubei histórico no le faltase ningún ojo. Por de pronto, sabemos que a los 13 años empezó a servir en palacio como paje del futuro tercer shogun, Iemitsu. De haber sido un tullido, seguramente no lo hubieran admitido en la corte. Porque, hablando en plata, en aquellos tiempos eso de tener a un niño tuerto como compañero de juegos del heredero al trono no daba muy buena imagen. Y un edecán de los Tokugawa no solo debe ser decente, sino aparentarlo. Además, con un ojo menos, sus capacidades como espadachín se habrían visto seriamente mermadas. Pero, como el detalle del parche le da un plus de glamour al personaje, la imagen de Yagyu Jubei que ha quedado para la posteridad es precisamente esa. Un samurái tuerto, de aire misterioso y siempre vestido de negro.
Vida oculta de Jubei: los años oscuros
Y es que otra cosa no, pero misterios este buen hombre tenía unos cuantos. Como un Jesús de Nazaret del Japón feudal, Yagyu Jubei tuvo una vida pública y también una etapa oculta, de cerca de 10 años, durante la cual nadie sabe a ciencia cierta qué demonios anduvo haciendo. Su desaparición es un verdadero enigma. En principio, Jubei era un personaje importante en Edo. Paje al servicio del shogun desde los trece años, instructor de esgrima oficial de los Tokugawa, y por si fuera poco su padre era uno de los peces gordos del gobierno. Pero, un buen día, sin que se sepa la razón, el shogun lo expulsa de la corte. Tokugawa Iemitsu, el mismo hombre al que Jubei llevaba sirviendo fielmente desde que nació, lo echa de su vera y le prohíbe volver a acercarse al castillo de Edo en lo que le queda de vida.

Con aprenas 20 años recién cumplidos, Yagyu Jubei, convertido en poco menos que un proscrito, tuvo que marchar al exilio. Él, el heredero del clan Yagyu, que tenía todo lo que un samurái podía desear, de repente se veía en la puñetera calle, con una mano delante y otra detrás. Jamás se ha sabido qué diablos hizo Jubei para atraerse las iras de su patrón. Tokugawa Iemitsu era un tipo temperamental, con quien era mejor andarse con cuidado. Jubei no era el primero al que ponía de patitas en la calle por cualquier falta en el protocolo. Pero soprende un castigo tan duro para alguien de una posición tan destacada en la corte, y con tan buenas credenciales familiares.
Las malas lenguas dicen que Jubei, bastante aficionado al sake, debió de liarla bastante parda en alguna recepción en honor del shogun. Con unas cuantas copas de más, perdió la compostura y habló más de la cuenta en presencia de Iemitsu. Algunas versiones apuntan que, delante de todos los invitados, se levantó e hizo un brindis bastante bochornoso, que a Iemitsu no le hizo maldita la gracia. Al día siguiente, su jefe lo mandó al destierro con viento fresco, a ver si los aires polares del Norte de Japón le ayudaban a que se le pasara la borrachera.
Históricamente, sabemos que Jubei tenía bastante mal beber. Se conservan algunas cartas de un monje amigo de la familia, Takuan (el mismo que sale en el manga de Vagabond, sí), en las que le recrimina su afición a la bebida, que tantos disgustos le ha traído. Años después, al hermano pequeño de Jubei, Yagyu Munefuyu, también acabaron desterrándolo por un escándalo similar, con importantes cantidades de alcohol de por medio. Se ve que los hijos de Munenori no llevaban muy bien eso de comportarse en público. Pero, más allá de esos indicios, no podemos saber las razones del destierro de Jubei. En sus memorias, el propio afectado guarda un escrupuloso silencio al respecto, y siempre que alude a la cuestión lo hace de manera más bien velada. Tampoco se conserva ningún documento de la época que nos pueda dar más detalles. La expulsión de Jubei es un misterio absoluto.
También es un misterio en qué empleó su tiempo ahora que no tenía que ocuparse de hacerle compañía al shogun. Suponemos que, como solían hacer los samuráis cuando se quedaban sin trabajo, se dedicó a vagabundear por el país en pos de aventuras. Haciendo vida de ronin, que básicamente es en lo que se había convertido, seguramente pasó los años siguientes viendo mundo, entrenando sin descanso y buscando rivales dignos de su acero para pulir su técnica. El pasatiempo habitual de todo samurái en paro, vamos.
Pero esto también es pura especulación. Leyendas y habladurías sobre estos años de vida oculta hay para parar un tren, pero registros mínimamente fiables que nos digan en qué líos anduvo metido, no hay ninguno. Sabemos que pasó una temporada en el campo, en la aldea de la que era originario su abuelo y en la que los Yagyu seguían teniendo tierras, pero poco más. Todo lo que rodea a este hombre es un auténtico enigma. Si nos dicen que estuvo ocupado evitando invasiones extraterrestres a golpe de katana, tendremos que creérnoslo. De hecho, con la cantidad de hazañas y correrías que se le atribuyen, podemos creernos cualquier cosa.
Y, claro, siempre que juntamos Historia y misterio, surgen las teorías de la conspiración. Porque no faltan quienes apuntan, acaso con algo de razón, que en el exilio forzoso de Yagyu Jubei hay más de lo que se ve a simple vista. Pudo haber otras razones para sacarlo de Edo y ponerlo a recorrer el país. Razones de estado.
Con licencia para matar
Según una de las conjeturas más populares, Yagyu Jubei era en realidad un agente secreto del gobierno. Todo el paripé de su destierro (incluso su fingida borrachera delante de decenas de testigos) no sería sino una tapadera, una cortina de humo para ponerlo fuera de la circulación sin que nadie sospechara. De cara al exterior, Jubei era un simple ronin, un vagabundo sin ataduras que podía dirigir sus pasos a donde quisiera, según soplara el viento. Pero, en realidad, siempre actuaba bajo órdenes directas del castillo de Edo. Su condición de ronin no sería sino una fachada, una coartada para poder moverse libremente por el país y acudir, sin levantar sospechas, allá donde sus servicios fuesen requeridos. El shogunato necesitaba un hombre de confianza para encargarle misiones encubiertas y trabajos sucios de toda índole, y Jubei era el tipo perfecto para el papel. Frío, duro y con nervios de acero. Un auténtico James Bond del Japón feudal.

Muchos han visto en Yagyu Jubei a una especie de 007 al servicio de su majestad shogunal. Como de costumbre, no hay ninguna prueba sólida para avalar esta tesis, pero ya que no tenemos ni idea de qué diablos hizo este hombre en sus años en el exilio, en el fondo la teoría es tan válida como cualquier otra. De hecho, hasta tiene cierto sentido. Porque los Tokugawa tenían una nutrida red de espías e informadores que, como una intrincada telaraña, llegaba a todos los rincones del imperio. Y ese servicio secreto demostró ser bastante efectivo, ya que de un modo u otro mantuvo en el poder a los Tokugawa durante 250 años, que se dice pronto.
No es descabellado pensar que, al frente de esta maquinaria tan bien engrasada, pusieran a gente de acción como los espadachines del clan Yagyu. O sea que, siguiendo esta teoría, Yagyu Jubei habría sido en realidad un ninja de élite. Porque eso es lo que hacían mayormente los ninjas en el Japon feudal: viajar de incógnito, pasar desapercibidos, recoger información aquí y allá y, solo si las cosas se ponían feas, echar mano de la katana para desfacer el entuerto. Y, con una katana en la mano, no había problema que Jubei no pudiera solucionar.
Cierto es que a los japoneses les encanta implicar al clan Yagyu en conspiraciones de todo tipo. Son como los templarios o los rosacruces del Japón medieval, siempre están en el ojo del huracán, los pobrecillos. Pero, en este caso, las piezas no encajan nada mal. Tiene sentido que los Tokugawa encomendaran al clan Yagyu, gente de su entera confianza, tareas de este tipo. Yagyu Munenori, el patriarca del clan, tenía experiencia en eso de moverse por las cloacas del poder. Su puesto de comisario jefe, dicen algunos, le convertía en la cabeza principal de los servicios de inteligencia Tokugawa, esa hidra que, desde la sombra, manejaba los hilos de Japón entero. Qué mejor que recurrir a su hijo Jubei, el mejor espadachín de su época, como brazo ejecutor.

Decenas de novelas de capa y espada nos pintan a un Yagyu Jubei despiadado y letal. Un asesino infalible con licencia para matar a todo aquel que amenace la estabilidad del shogunato. Desbaratar complots contra el gobierno y liquidar discretamente a señores feudales corruptos son su arroz de cada día. Siempre moviéndose en la sombra, siempre siguiendo a rajatabla las órdenes que su maquiavélico padre, Munenori, le envía desde Edo. Como un leal perro de presa, dispuesto a sacar los colmillos siempre que el shogun lo requiera.
Evidentemente, todo esto no es más que una exageración literaria, perpetuada después en montones de pelíuclas, mangas y series de TV para el disfrute del gran público. Y bien que nos gusta a los aficionados al chanbara. Pero, cuando el río suena, seguramente algo de agua lleve. Aunque no haya ninguna constancia histórica de ello, no es descabellado pensar que Jubei, al igual que otros miembros de su familia, bien pudo haberse dedicado a hacer misiones encubiertas y trabajillos sucios al servicio de sus señores Tokugawa. Además, puestos a rizar el rizo conspiranoico, no olvidemos que, por su propia naturaleza, las actividades de espionaje no dejan registro ninguno. Cuando se hacen bien, claro. Y nadie duda de que Yagyu Jubei era el mejor en su trabajo.
El camino de la espada
En fin, solo Jubei, y acaso también el shogun, saben qué pasó o dejo de pasar en realidad. Pero, ciñéndonos a los hechos, una cosa está clara. Jubei aprovechó el tiempo que pasó lejos de la corte para mejorar su destreza con la espada. Y, si cuando salió de Edo ya era bueno, al terminar su período de exilio su nivel era como de otra galaxia. Se había convertido, dicen, en el mejor espadachín de todo Japón. No pocas crónicas coinciden en que Yagyu Jubei es el brazo más diestro que ha dado el clan Yagyu en toda su historia. Y eso, hablando de los Yagyu, es mucho decir.

¿Qué maravilloso cambio obró en Jubei esa temporada lejos de Edo? Aceptemos por un momento la teoría del guerrero errante, esa que dice que pasó esos años viajando de acá para allá, viviendo aventuras de capa y espada. De hecho, probablemente sea la más cercana a la realidad. Buena parte de las de películas y series de TV que retratan a Jubei lo pintan de manera parecida a Miyamoto Musashi. Un asceta errante, un vagabundo justiciero, un guerrero siempre en busca de un adversario digno. Es una imagen romántica e idealizada, pero que tiene parte de verdad. No es sino un arquetipo, de acuerdo, pero es que había tipos así en el Japón de la época. Y es que, precisamente, ese arquetipo romántico del samurái errante nace precisamente ahora, entre los siglos XVI y XVII. Jubei fue probablemente uno de ellos.
En realidad, Yagyu Jubei no es un personaje especialmente importante para la Historia de Japón. En el gran esquema de las cosas, es una simple nota al pie de página, si es que llega a eso. Nunca ganó una gran batalla, ni conquistó tierras, ni levantó castillos. Su verdadero legado, aquello en lo que ha dejado huella de verdad, es su contribución al camino de la espada. En el Japón del s. XVII, las artes marciales experimentan un punto de inflexión importante. Definitivo. Y, justamente, los maestros del clan Yagyu, y muy especialmente Jubei, son uno de los agentes principales de ese cambio, de ese giro copernicano.
A esos tours que, como hizo Jubei, se pegaban los samuráis por todo Japón, se los llamaba “viajes de entrenamiento marcial”, o Musha Shugyou. Consistían en eso, en recorrer el país de punta a cabo buscando adversarios con los que pelear. Y poco a poco, algunos de estos guerreros vagabundos empezaron a ver en la vida errante, llena de aventuras y peligros, una oportunidad para el crecimiento personal. Buscaban algo más allá de la gloria y las victorias. Perseguían, a través de la espada, perfeccionarse a si mismos. Es en esta época, precisamente, cuando los preceptos del budismo Zen comienzan a mezclarse con las artes marciales. Es más, es ahora cuando, de ese maridaje de filosofías, las artes marciales surgen tal y como las conocemos hoy en día.

Ya no hay guerras en las que luchar, así que el objetivo principal de blandir una espada, o una lanza, no es tanto partirle la crisma al tipo que tienes enfrente como perseguir un fin más elevado, mas espiritual. Se trata de pulir no la técnica, sino el propio espíritu. La espada no es más que un camino para llegar a un fin superior, para alcanzar esa iluminación de la que habla el Zen. Y Yagyu Jubei es uno de los grandes exponentes de esta nueva manera de pensar. Es de los primeros que ve en el camino de la espada algo más que una manera de matar más y mejor, y así lo refleja en sus escritos.
Vuelta a la vida pública: el regreso del hijo pródigo
A los 32 años, Jubei regresa a Edo por la puerta grande. El shogun le perdona sus faltas (reales o imaginarias) y lo readmite de nuevo en su séquito. Recupera su puesto como instructor de esgrima y vuelve a ocupar un lugar destacado en la corte, a la sombra de su padre.
Al parecer, esa temporadita en el exilio le había sentado de maravilla. Los 12 años sabáticos le cundieron bastante. Entre otras cosas, y por una vez de esto sí que queda constancia documental, aprovechó para escribir su primer tratado de esgrima, cosa inaudita para alguien de su edad. Su padre le abroncó por ello. ¿Donde se había visto que un jovenzuelo que apenas superaba la treintena tuviera la presunción de sentar cátedra, por escrito, sobre el arte de la espada? Pero se conoce que luego le echó un ojo al libro y le gustó lo que leyó, porque acabó escribiéndole el prólogo.
Sinceramente, si Jubei escribía tratados de esgrima a los 30 años era porque podía. Eso demuestra de nuevo hasta qué punto era este hombre el amo de la barraca en cualquier cosa que se proponía. Era un maestro consumado, acaso el mejor de su época. Un prodigio de la katana. Nadie en todo el imperio podía toserle. Así que parece razonable que quisiera recoger toda esa experiencia de campo en un manual, y dejarla negro sobre blanco para la posteridad.

A su vuelta a Edo, se celebraron una serie de combates de exhibición que enfrentaron a Jubei con su hermano Munefuyu y con algunos de los mejores alumnos de su escuela. Ni que decir tiene que Jubei venció en todos y cada uno de ellos, haciendo gala de una técnica soberbia, a un nivel que nunca antes se había visto. En uno de estos lances de entrenamiento despachó en cuestión de minutos a 38 oponentes, que se dice pronto, todos ellos samuráis escogidos de la guardia de corps de uno de los ministros del shogun. Podrían haberle atacado todos a la vez, que el resultado habría sido el mismo. Yagyu Jubei había trascendido, había alcanzado un nivel superior. Su habilidad con la espada era casi divina.
Se dice que llegó a tener 13,000 discípulos por todo el país, una cifra prodigiosa hasta para los estándares actuales. Seguramente sea una exageración, pero no cabe duda de que Jubei llegó a ser bastante famoso en su tiempo. Y, para aprovechar el tirón, siguió escribiendo más manuales de esgrima, alguno de los cuales ha llegado hasta nuestros días. El Tsuki no Sho, su obra principal, es una especie de Biblia del kenjutsu, y contiene la quintaesencia del estilo Shinkage Ryu elevada a la máxima expresión. Algunos historiadores sostienen que la esgrima japonesa llega a la perfección con Yagyu Jubei y, al menos conceptualmente, en sus escritos podemos ver que la afirmación no es del todo exagerada.
Al morir su padre Munenori en 1646, Jubei, como primogénito, hereda la mayor parte de la hacienda familiar. Unos 8,300 koku de renta en total, un caudal bien apañado para la época. Pero poco podría disfrutar de esos dineros, porque el espadachín tuerto moriría joven, con los 40 recién cumplidos. Lo que no consiguieron en millones de duelos que tuvo a lo largo de su vida, lo consiguió una simple batida de caza. Un día cualquiera de 1650, mientras practicaba plácidamente la cetrería con sus vasallos, cayó fulminado como por embrujo.

Las teorías de la conspiración, que como de costumbre no dejan al bueno de Jubei en paz ni después de muerto, apuntan al veneno y a siniestros complots palaciegos como causa del óbito. Se dice que la rama provinciana de la familia, los Yagyu de Owari, acérrimos enemigos de sus parientes de Edo, no veían con buenos ojos que Jubei fuese el heredero del clan. Como no podía ser de otra manera, el misterio acompañó a Jubei hasta la sepultura, pero un simple ataque al corazón suena más razonable para explicar su muerte. Después de una vida de peligros y misiones encubiertas, Jubei debía de tener las arterias hechas puré.
Los Yagyu siguieron siendo rostros habituales en la corte Tokugawa, pero después de la muerte de Jubei irían perdiendo preponderancia poco a poco. También su destreza con la espada fue declinando. Jubei dejó el listón tan alto que era imposible mantener el nivel. Hoy, aunque los días en los que los samuráis paseaban por las calles con sus dos espadas al cinto terminaron hace ya siglos, la escuela Shinkage Ryu sigue siendo una de las más prestigiosas dentro del ámbito de las artes marciales japonesas. Y es que pocos estilos pueden acreditar un linaje tan impresionante como el suyo. Ninguna otra escuela ha tenido entre sus filas a un gigante de la talla de Yagyu Jubei. Leyendas aparte, el mejor de los mejores dentro de una larga saga de guerreros extraordinarios. Y tal vez, solo tal vez, puede que el mejor espadachín que Japón haya dado al mundo.
Fuentes e imágenes:
- Sugawara, M.; (1985) Lives of Master Swordsmen; The East Publications
- Tokitsu, K.; (2005) Miyamoto Musashi, His Life and Writings; Weatherhill
- Yagyu, M.; traducido por Wilson, W. S.; (2012) The Life-Giving Sword: Secret Teachings from the House of the Shogun; Shambhala
Super articulazo chicos! Me ha encantado, esperando por el siguiente :D ! Si me lo permitís lo comparto también en mi facebook para que lo vea más gente, que trabajos así no pueden quedarse en el aire.. :) !
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias por los elogios! Este año no creo que haya más artículos, pero descuida que en 2017 volveremos con energías renovadas. ;)
¡Y muchas gracias también por compartir el artículo por facebook! ¡Toda ayuda para difundir los contenidos del blog es más que bienvenida!
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Fascinante artículo sobre uno de los mayores mitos del kenjutsu! Felicidades una vez más por las lecturas tan amenas que nos brindas, R !
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias! Tenía yo la corazonada de que Yagyu Jubei te iba a parecer un personaje interesante, je, je.
Me gustaMe gusta
¡Genial como siempre! Me ha encantado la historia y leyenda de este agente secreto samurái.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias por leernos! Me alegro de que te haya gustado el personaje, tenía ganas de contar algo sobre él… aunque sea un tanto legendario.
Me gustaMe gusta
jejejejejeejejejeje, ahora entiendo por qué los extraterrestres no aparecen. En realidad se estan recuperando del trauma de haber conocido a Jubei y su katana sonica, jajajajajajaja.
En serio, me he enamorado de este personaje, parece increible que alguien real haya podido hacer las cosas que hizo este muchacho.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Me alegro de que te hayan gustado tanto el artículo como el personaje! Aunque ya sabes, casi mejor no tomarse demasiado en serio todas sus hazañas, porque el Jubei histórico seguramente era algo menos interesante que el legendario.
Me gustaMe gusta
¿¿¿y quien quiere personajes historicos cuando te has convertido en leyenda?? La historia y la leyenda son dos hermanos separados al nacer.
¿¿acaso consibes a Jubei sin su parche-guardamanos???¿¿¿acaso puedes imaginar a Ieyasu con otra cara que no sea la del gran Toshiro Mifune???
Un abrazo y te replico el articulo en el face
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ja ja, ciertamente, se me hace difícil imaginarme a Jubei sin parche en el ojo. En casos como el suyo, la leyenda es el complemento perfecto de la realidad. ¡Gracias por compartir el artículo por Facebook! ¡Toda ayuda para difundir y compartir los contenidos es siempre bienvenida! ;)
Me gustaMe gusta
Pues, no me agrado mucho tu articulo.
Creo que no se pueden negar la grandes habilidades de ciertos guerreros históricos, en base a tu escepticismo.
Nuestra epoca es diferente. No por que lo mas extraodinario en nuestras vidas actuales sean ir a centros comerciales, cafés y sentarnos sobre una pantalla a ver grandes hazañas, no puedan ser ciertas.
Recordemos que los guerreros en esta epoca entrenaban desde niños y muchas veces peleaban por sobrevivir. Con esto es mas que suficiente para desarrollar habilidades impresionantes al llegar a la veintena, claro que tampoco lo suficiente como para partir una roca a la mitad, desenvainar a la velocidad de la luz y ni acabar con los «locos 88» pero en mi experiencia personal como deportista, haces cosas impresionantes.
Opino lo contrario creo yo que la realidad es mejor que la ficcion. No por eso se me haría menos interesante este personaje.
Cuando veía peliculas de Artes Marciales mi papá me decía que eso era imposible y yo me desilusionaba. Años después aprendí a hacer acrobacias y artes marciales. Mi consejo, para todos, si quieres ser un guerrero y hacer cosas extraodinarias, deja el celular o tu computadora, sal y entrena. No hay nada imposible.
Me gustaMe gusta
¡Gracias por tu comentario!
Como decimos en el artículo, está claro que Jubei fue un espadachín magnífico, acaso el mejor que ha habido en la Historia de Japón. El problema es que la mayoría de las cosas que sabemos sobre él no son más que leyendas y cuentos populares, y lo mismo pasa con otros muchos maestros de la espada de la época. Cuesta mucho separar el grano de la paja para llegar a atisbar siquiera cómo era en realidad Yagyu Jubei.
Me gustaLe gusta a 1 persona
El articulo no esta nada mal pero para la próxima intenta burlarte menos de la historia, cuando leí me dio hasta la impresión de que estabas bastardeando al personaje por lo demás escribes muy bien y se agradece.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por el comentario, Diego. La intención era hacer un artículo en un tono más ligero de lo habitual, más de broma que en serio. Pero que conste que las coñas no son a cuenta del Yagyu Jubei histórico, sino del personaje mítico que se ha creado en torno a él. Ojalá supiéramos más cosas del Jubei histórico y real, porque este es uno de los casos en los que el personaje se come a la persona. Cosa que es bastante injusta, porque todo apunta a que el verdadero Jubei era un tipo bastante interesante.
Me gustaMe gusta
Vaya, entonces los Yagyu sí existieron y no son una invención de Kazuo Koike para su obra, el Lobo Solitario y su cachorro.
Me gustaMe gusta
Acabo de descubrir la pagina y me parece una maravilla muchas gracias y animo , seguir así.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Muchas gracias por los ánimos! Pronto volveremos a publicar nuevos artículos, espero que también te parezcan interesantes ;)
Me gustaMe gusta
Me encanta tu manera de contar estas historias de estos grandes guerreros …Saludos desde Mexico
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Me alegro de que te haya gustado! Saludos para ti también ;)
Me gustaMe gusta