Asalto al Ikedaya: el día que los Shinsengumi salvaron al emperador de caer en manos de la rebelión

No eran los más honorables ni los mas piadosos, pero eran hombres valientes. Los Shinsengumi, el cuerpo especial antidisturbios que se creó para mantener el orden en Kyoto en los turbulentos últimos años del shogunato Tokugawa, fueron los tipos más duros en una época plagada de tipos duros. Hombres que vivieron y murieron por la espada, un verdadero grupo salvaje compuesto por samuráis de acero fácil, disciplina espartana y una insaciable sed de sangre. La guerra en la que luchaban estaba perdida de antemano y su causa destinada al fracaso, pero no les importó. Y es que este puñado de guerreros indómitos, los últimos de una época condenada a desaparecer, tuvieron también su momento de gloria. Una noche de verano en la que salvaron a la ciudad de Kyoto de ser pasto de las llamas y evitaron que el emperador cayera víctima de un siniestro complot. El día en que los perros de presa del shogun se convirtieron en héroes.

La era de los samuráis, que había durado cerca de 800 años, estaba tocando a su fin. Ya hemos contado, al hablar del amigo Sakamoto Ryoma, cómo en los días de plomo del Bakumatsu, los años que precedieron a la caída del shogunato Tokugawa, Japón se encontraba al borde del abismo. El Antiguo Régimen, caduco y decrépito, estaba podrido por dentro, y llegaba la hora de dar paso a esquemas sociales más acordes con los tiempos modernos. La revolución acabaría por imponerse, y los que estuvieron al frente de ella hoy son héroes y padres de la patria. Pero ahora vamos a contar las cosas desde el punto de vista de los que estuvieron en el bando contrario, luchando por la causa Tokugawa, tratando de contener la incontenible. Y los más famosos de entre estos samuráis irreductibles que se negaron a aceptar lo evidente son, sin duda, los miembros del Shinsengumi. Esta es su historia.

 

El principio del fin de la era de los samuráis

A mediados del siglo XIX, Japón era un país convulsionado y a la deriva, en el que empezaban a soplar con fuerza vientos de revolución. La repentina llegada de naves de guerra extranjeras en 1853 había despertado a los japoneses de ese sueño centenario en el que llevaban desde que los Tokugawa llegaron al poder. Japón se dividió en dos bandos: los partidarios de la política apaciguadora del shogunato, y los que abogaban por echar a los bárbaros al mar y cerrar de nuevo el país a cal y canto.

Estos últimos tomaron al emperador como bandera de su causa y empezaron a conspirar contra el gobierno Tokugawa, al que consideraban corrupto, débil e incompetente. A estos rebeldes se los conoce como lealistas, por ser “leales” al emperador y, por ende, contrarios al shogunato. La escalada de tensión pronto alcanzó un punto de no retorno. El epicentro del terremoto que amenazaba con arrasar el imperio entero estaba en Kyoto, la capital donde residía el hijo del cielo. Allí se habían juntado samuráis de todos los rincones del país, aguardando el momento preciso para levantarse en armas. Japón estaba al borde de la guerra civil y la propia Kyoto era una caldera a punto de estallar.

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La súbita llegada del comodoro Perry con sus naves negras puso a Japón entero en pie de guerra, tras casi tres siglos de plácido aislamiento del exterior

Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas y, ante el caos reinante, al shogunato no se le ocurrió mejor idea que combatir el fuego con fuego. Ya que la mayoría de los rebeldes lealistas eran ronin, samuráis sin señor que deambulaban por la capital sin más objetivo que dar su vida a la rebelión, decidió reclutar su propio batallón de ronin para enfrentarse a ellos de igual a igual. Una guardia de corps formada por guerreros feroces, escogidos solo en base a su destreza con la espada, que mantuviera a raya a los insurrectos y devolviera el orden a las calles. Así es como nació uno de los cuerpos de ejército más legendarios de la Historia japonesa: los Shinsengumi.

 

Los perros de presa del shogun

El origen de todo se remonta a comienzos de 1863, cuando el shogunato se encuentra con un problema poco convencional: organizar una escolta de suficientes garantías para el shogun reinante, Iemochi, en su visita oficial a Kyoto. Alguien tuvo la brillante idea de reunir a un puñado de ronin para la misión. No importaba su origen o antecedentes, el único requisito era que cada recluta acreditase ser un espadachín de primera. Esta visita era un acontecimiento casi sin precedentes; la última vez que un shogun Tokugawa había ido a la capital a entrevistarse con el emperador se remontaba a más de 200 años atrás. Pero las reglas del juego habían cambiado, y ahora era imperativo ganarse el apoyo de la corte imperial para reforzar la maltrecha imagen del shogunato ante la opinión pública.

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Los Shinsengumi, con su inconfundible uniforme blanquiazul, se han convertido en todo un icono cultural para los japoneses del s. XXI

Lo malo es que Kyoto no era el mejor sitio posible para que el shogun se presentase allí por las buenas, por mucha conferencia en la cumbre que hubiera que celebrar. La ciudad era un hervidero de fanáticos lealistas, xenófobos radicales y grupos paramilitares preparados para dar un golpe de mano a la mínima de cambio. Al grito de Tenchu! («¡Castigo Divino!») y Sonno Joi («Reverenciad al emperador y expulsad a los bárbaros»), hordas de ronin levantiscos se dedicaban a asesinar funcionarios del gobierno en cualquier esquina. Asomarse por la capital era como meterse en la boca del lobo, y el viaje iba a requerir la mejor escolta que se pudiese reunir.

Matsudaira Katamori, daimyo del feudo Aizu y pariente cercano de los Tokugawa, estaba al cargo de la misión. Recién nombrado Protector de Kyoto (título creado ex profeso para la ocasión), pensó que la mejor guarnición posible sería aquel grupo de rudos guerreros provincianos. Los 250 hombres que componían este Roshigumi, «Batallón de los Ronin«,  partieron de Edo rumbo a Kyoto el 8 de febrero de 1863, como vanguardia de la expedición que después llevaría al shogun hasta la capital. La idea era allanar el camino a la comitiva y mantener el orden mientras durase la visita. Pero el comandante en jefe del Roshiugumi, Kiyokawa Hachiro, tenía otros planes. En realidad el tipo era un fanático lealista, xenófobo hasta la médula, al que le importaba bastante poco la seguridad del shogun. Lo único que quería era ir a Kyoto a postrarse frente al emperador y poner a su servicio a aquellos 250 bravos ronin, con la firme intención de escabechar a todo extranjero que osara mancillar el divino suelo japonés. Cuando se descubrió el pastel, hicieron a Kiyokawa volver discretamente a Edo con sus hombres, con la promesa de que allí tendrían ocasión de probar su acero en carnes europeas.

Pero trece de esos ronin rehusaron volver a Edo. Se habían unido al Roshigumi con la intención de proteger al shogun y restablecer la ley y el orden de Kyoto. Esa era su misión, y no pensaban volver a casa sin haberla cumplido. Pidieron permiso a Matsudaira Katamori para permanecer en la ciudad y este, impresionado, se lo concedió. Esos trece espadachines de ideas fijas, un puñado de valientes leales al shogun y dispuestos a todo, fueron el núcleo de lo que luego sería el Shinsengumi. Con el tiempo, sus nombres quedarían para la leyenda.

 

Trece hombres sin piedad

Matsudaira Katamori se dio cuenta de que ese puñado de tipos duros podían venirle muy bien para mantener a raya a los rebeldes que pululaban por la capital. Puso a aquellos trece guerreros bajo su mando directo y, tras añadir unos cuantos reclutas al lote, los puso a patrullar las calles. En un principio el grupo fue conocido como Mibu Roshigumi, o «Batallón de Ronin de Mibu» (por el suburbio de las afueras de Kyoto donde tenían su cuartel general), pero en agosto de 1863 cambiaron de nuevo el nombre y adoptaron el que sería ya conocido para la posteridad: Shinsengumi, el Nuevo Batallón de Elegidos. Las hordas lealistas acababan de encontrar la horma de su sandalia.

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La NHK, televisión pública japonesa, dedicó su Taiga Drama de 2006 al Shinsengumi, y en su elenco de actores podemos encontrar bastantes rostros de la farándula nipona

Este grupo salvaje no llevaba pistolas como el de Sam Peckinpah, pero el filo de sus katanas era más mortífero que el plomo de cualquier revólver. Los Shinsengumi contaban entre sus filas con algunas de las mejores espadas del Japón de la época, forjadas durante años bajo la tutela de su propio comandante, Kondo Isami, en el dojo Shieikan de Edo. Kondo y sus alumnos del Shieikan eran el auténtico núcleo duro del Shinsengumi. Habían crecido y aprendido esgrima juntos, siguiendo los preceptos de la escuela Tennen Rishin Ryu. Gente dura, guerreros expertos de acero fácil y carácter explosivo, tipos con los que era mejor no bromear. Desde el primer día supieron imponer su ley al pie de la calle.

Estos miembros fundadores eran pocos y mal avenidos. Los dos comandantes, Kondo Isami y Serizawa Kamo, tenían cada uno su propia guardia pretoriana, y no tardaron en saltar las chispas entre ambas facciones. Al final, tras una serie de purgas internas al más puro estilo de la Cosa Nostra, el grupo de Kondo se acabó imponiendo. En otoño de 1863, con Serizawa Kamo criando malvas con tres palmos de acero en el cuerpo,  Kondo Isami y su lugarteniente Hijikata Toshizo se hicieron con el mando supremo del Shinsengumi. Entre los dos gobernarían aquel escuadrón de ronin indómitos con puño de hierro, hasta convertirlos en el terror de los enemigos del shogun. Los señores del acero estaban a punto de comenzar su reinado.

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Los capitanes del Shinsengumi retratados por Nobuhiro Watsuki, autor del manga Ruroni Kenshin

El Shinsengumi impone su ley

Entre 1863 y 1867, ataviados con sus inconfundibles uniformes blanquiazules, los Shinsengumi fueron la Ley en Kyoto. Pero su gran momento estaba aún por llegar. Aquel comando antidisturbios samurái estaba destinado a ser algo más que una fuerza de choque, un simple rompeolas para contener la inminente rebelión. En el verano de 1864 tendría lugar la gran gesta del Shinsengumi, la hazaña que les valdría les valdría un lugar con letras de molde en los anales de la Historia japonesa.

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Retrato fotográfico de Kondo Isami, comandante en jefe del Shinsengumi

Bajo la férrea disciplina impuesta por Kondo y Hijikata,  los Shinsengumi demostraron ser bastante eficientes en su trabajo de limpiar Kyoto de rebeldes lealistas. A mediados de 1864, la capital parecía al fin libre de elementos sediciosos. O al menos eso creían porque, en realidad, en vez de escapar como las ratas que el shogunato pensaba que eran, los rebeldes se limitaron a ocultarse de la escena pública, mantener un perfil bajo y seguir conspirando en la sombra. Los Shinsengumi, como buenos perros de presa, continuaron peinando barrio tras barrio en busca de estos contubernios clandestinos, y su olfato les puso en la pista de un mercader local que, aparentemente, daba cobijo a rebeldes del feudo de Choshu bajo su techo.

La importancia de Choshu en esta historia, y en todos los acontecimientos de la era Bakumatsu, es vital. La gran mayoría de los ronin rebeldes provenían de las provincias de Satsuma y Choshu. Estos dos feudos habían sido los grandes derrotados en el año 1600 en la batalla de Sekigahara, la que dio a los Tokugawa la llave para conquistar Japón entero. El gobierno Tokugawa nunca olvidó quiénes habían sido sus enemigos en aquel momento decisivo, y se lo hizo pagar bien caro en los siglos siguientes. Ahora que las cosas se ponían feas para los Tokugawa, con la crisis abierta por la llegada de los extranjeros, Satsuma y Choshu estaban dispuestas a cobrarse las antiguas deudas. En 1864 decir Choshu era prácticamente sinónimo de rebelde anti-Tokugawa, pues casi la mitad de los ronin levantiscos que andaban gritando «¡Castigo Divino!» por las esquinas eran nativos de esa provincia.

Volvamos al mercader que supuestamente daba asilo a estas guerrillas urbanas de Choshu. La mañana del 5 de junio de 1864, varios miembros del Shinsengumi entraron katana en mano a inspeccionar su tienda, y encontraron un verdadero arsenal: espadas, corazas, fusiles, pólvora… Tenían bastante material como para equipar a un batallón entero. Estaba claro que los rebeldes andaban preparando un golpe, y parecía que iba a ser de los gordos. Sin perder un minuto, la patrulla se llevó al dueño de la tienda a su cuartel general para interrogarlo. Allí, tras una terrible sesión de tortura a cargo de Hijikata Toshizo, el pobre hombre acabó por derrumbarse y cantó de pleno. Su historia dejó de piedra a Hijikata y sus muchachos. El plan de los rebeldes era mucho más audaz de lo que jamás se habrían atrevido a imaginar.

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Emblema del Shinsengumi: el ideograma «Makoto», traducible como sinceridad, lealtad, integridad

Los fanáticos anti-shogunato pretendían aprovechar una noche especialmente ventosa para provocar un incendio a la ciudad y, en medio de la confusión, entrar a sangre y fuego en el palacio imperial, secuestrar al emperador y llevárselo consigo a Choshu. De paso, asesinarían al Protector de Kyoto, Matsudaira Katamori (recordemos, jefe supremo del Shinsengumi) y, una vez en Choshu, usarían al hijo del cielo como cabeza visible para llamar a un levantamiento armado a gran escala contra el gobierno Tokugawa. Ahí es nada.

El plan parece digno de villano de película de James Bond, pero los Shinsengumi se lo tomaron muy en serio. Los incendios urbanos en el Japón feudal no eran cosa de risa. El 99% de los edificios del Kyoto de la época estaban construidos, básicamente, de madera y papel. Las consecuencias de un fuego incontrolado en un caluroso día de verano podían ser devastadoras. Y más aún en aquellas fechas, en pleno festival de Gion, cuando las calles de Kyoto estaban abarrotadas de gente. Lo que planeaban los rebeldes de Choshu era una verdadera masacre.

 

Ruido de sables en Kyoto

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Hijikata Toshizo, mano derecha de Kondo Isami, retratado con ropas de estilo occidental hacia 1868

Había que actuar cuanto antes. Kondo Isami y Hijikata Toshizo movilizaron a sus hombres de inmediato. Por aquel entonces el grupo contaba con unos 40 efectivos en total aunque, por mor de heridas de batalla y enfermedades diversas, aquel día solo 34 estaban en condiciones de combatir. Kondo esperaba refuerzos de su señor, Matsudaira Katamori, pero, al ver que la tarde caía y los estos no llegaban, decidió pasar a la acción. Puso en pie de guerra a todo aquel que fuera capaz de sostener una katana y esa misma noche se echaron a la calle, pertrechados con cascos ligeros, guanteletes y cotas de malla bajo el kimono.

Dividió sus fuerzas en dos contingentes y se puso a peinar el centro de la ciudad. Un escuadrón de nueve hombres bajo su mando directo, con Nagakura Shinpachi, Okita Soji y Todo Heisuke entre sus filas, se puso a patrullar por la orilla Oeste del río Kamo. Kondo llevaba con él a las mejores espadas del Shinsengumi. El resto, a órdenes de Hijikata Toshizo, se concentró en la ribera Este del río. Harada Sanosuke y Saito Hajime, dos tipos que tenían poco que envidiar en cuanto a destreza con la katana a los del grupo de Kondo, iban con él.

Según la confesión del mercader, los rebeldes se ocultaban en posadas, restaurantes y casas de té del céntrico barrio de Kawaramachi, en espera de que llegase el momento propicio para actuar. El Ikedaya era una de esas posadas, al lado del puente Sanjo y a tiro de piedra del palacio imperial. En otras palabras, en el corazón de Kyoto, y en pleno centro neurálgico de la vida nocturna de la ciudad. Era de dominio público que el Ikedaya, cuyo dueño era simpatizante de la causa anti-shogunato, era frecuentado por samuráis de Choshu, así que el local figuraba con letras mayúsculas en la lista de locales a registrar.

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Pese a haber sufrido reformas, el Ikedaya sigue estando, 150 años después, en el mismo sitio de siempre, en mitad del animado barrio de Kawaramachi, y cualquiera que pase por allí puede entrar a tomarse una copa como hacían los rebeldes lealistas de la era Bakumatsu

Cuando Kondo Isami y sus hombres se plantaron en la puerta del Ikedaya, hacia las diez de la noche, no podían esperarse lo que les aguardaba tras sus muros. Siempre precavido, Kondo apostó a tres hombres en la parte trasera del local, dejó a otros tres en la puerta principal y, acompañado solo por Okita y Nagakura, entró con paso firme en la posada. Al oír el vozarrón de Kondo gritando su habitual “¡paso al Shinsengumi!”, el posadero dio un respingo y salió corriendo escaleras arriba como alma que lleva el diablo. Kondo se dio cuenta de que había dado en la diana. De todos los mesones y casas de té de Kawaramachi, los rebeldes que buscaba estaban precisamente allí, en el Ikedaya.

Habían llegado justo en el momento en el que los lealistas celebraban una reunión en la cumbre, en la que se debatía precisamente la puesta en marcha del incendio de Kyoto. Un grupo de unos 20 ronin, todos armados con sus espadas al cinto, se encontraban en el piso superior en medio de una acalorada discusión. Habían pillado con las manos en la masa a la flor y nata de la rebelión. Solo había un problema: los rebeldes eran más de 20, y Kondo solo tenía tres hombres dentro del local. O, mejor dicho, habría sido un problema para un samurái normal. Porque, para el comandante del Shinsengumi, una desventaja numérica de 5 a 1 no suponía mayor contrariedad. Una vez sacaba su acero de la vaina, si los dioses o los Budas se interponían en su camino, era muy capaz de partirlos en dos de un tajo.

 

Combate a muerte en el Ikedaya

Kondo dio la orden de atacar y cargó primero, seguido de Nagakura, Okita y Todo. Cuatro contra veinte. El resto de la patrulla se quedó guardando las puertas, cuidando de que ningún lealista escapara. Los rebeldes desenvainaron prestos e hicieron frente a los intrusos. Llevaban un buen rato bebiendo, y sus livianos ropajes veraniegos contrastaban con las pesadas cotas de mallas, guanteletes y corazas que vestían Kondo y los suyos. Tenían la ventaja del número, pero los Shinsengumi estaban equipados y entrenados para matar. Después de todo, tal vez resultara un combate equilibrado.

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La destreza con la espada y el desprecio a la muerte eran cualidades inherentes a todos los integrantes del Shinsengumi

Los guerreros de ambos bandos permanecieron inmóviles unos frente a otros, mirándose fijamente, durante unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, uno de los ronin rebeldes rompió la línea y se lanzó contra los Shinsengumi. Okita Soji lo despachó de un solo espadazo, y a partir de ahí se desataron todos los infiernos. Aceros entrechocando, cuerpos forcejeando, alaridos de dolor que ahogaban el bullicio de la calle. Los estrechos pasillos y los bajos techos apenas dejaban espacio para blandir la espada con comodidad. El combate se tornó cerrado, sucio, barriobajero. Las estocadas elegantes y la esgrima de salón pronto cedieron el paso a las cuchilladas y los puntapiés. Los ronin luchaban desesperadamente por su vida. Kondo y los suyos no cedían un paso. Algunos lealistas huían en tropel escaleras abajo, solo para darse de bruces con los guardias que había apostados en la puerta.  Otros se enzarzaban en un frenético intercambio de golpes contra los Shinsengumi en el segundo piso. Nuevos rebeldes aparecían de no se sabe dónde blandiendo sus espadas al aire… El caos dentro del Ikedaya era total.

Al poco de empezar la reyerta, Okita tuvo que abandonar el combate y retirarse al primer piso. Pero la sangre que salía de su boca no se debía a ninguna herida. Eran los primeros signos de la tuberculosis que acabaría llevándolo a la tumba poco después, con apenas 26 años. Con Okita fuera de escena, el peso de la batalla lo llevaban mano a mano Kondo Isami y Nagakura Shinpachi. Entre los dos se bastaban para mantener a raya a todos los rebeldes del Ikedaya. Pronto llegó Hijikata Toshizo con refuerzos, y una marea de uniformes azules penetró en tromba en la posada. La balanza acabó por decantarse definitivamente del lado del Shinsengumi: al ver llegar al contingente de Hijikata, los rebeldes que quedaban en pie, abrumados, arrojaron sus armas al suelo y se rindieron.

 

La gran victoria del Shinsengumi

Después de más de dos horas de sangriento combate, siete lealistas habían caído muertos, otros cuatro perecerían después a causa de las heridas, y un total de 23 fueron hechos prisioneros. Miyabe Teizo, el cabecilla de la conspiración, se hizo el seppuku al pie de las escaleras tras haber recibido media docena de estocadas. Una gran victoria para el Shinsengumi, pero también muy ajustada. Kondo Isami lo recordaría así en una carta tiempo después:

“Peleamos contra un gran número de rebeldes. Podían verse saltar chispas de nuestros aceros. Tras varias horas de lucha, la espada de Nagakura estaba partida en dos, y la de Okita tenía tantas melladuras que parecía un cepillo de bambú. Mi katana, en cambio, estaba impoluta. Bien se ve que es una auténtica Kotetsu. (…) Nuestros rivales eran muchos y muy valientes, esta acción casi me cuesta la vida.”

Años después, Nagakura Shinpachi, que vivió en primera persona el asalto a Ikedaya de principio a fin, describiría el lamentable estado en que quedó la posada tras la reyerta. Cuando las espadas volvieron por fin a la vaina no quedaba una sola puerta, ventana ni panel de papel intacto. Las vigas del techo estaban también hechas pedazos, ya que las habían cosido a lanzazos desde abajo para acabar con los rebeldes que se ocultaban en el desván. Las esteras de tatami que tapizaban el suelo estaban teñidas de rojo casi por completo. Manchas de sangre fresca salpicaban las paredes. Por cualquier rincón, desperdigados por el suelo, podían encontrarse brazos, pies y trozos de rostros humanos cercenados a katanazos. Los cadáveres de los ronin que habían logrado escapar a la matanza para hacerse el seppuku honorablemente se pudrían en las calles aledañas bajo el calor estival. Un panorama desolador.

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El asalto a Ikedaya, recreado después en decenas de películas y series de TV,  le valió al Shinsengumi su fama para los siglos venideros

Pero el camino de vuelta de Kondo y sus hombres a sus cuarteles de Mibu ofreció un cuadro un poco más heróico. Concluida la batalla, al despuntar la mañana, el Shinsengumi desfiló por las calles de Kyoto, en columna de a dos, ante los ojos de una multitud de miles de personas que los observaban, entre admirados y horrorizados, desde ambos lados de la calzada. Cubiertos de sangre, con las ropas hechas jirones, avanzaban lenta pero ceremoniosamente, cubriendo el largo trecho que separaba el barrio de Kawaramachi de su base en Mibu. Parecía una escena de otro tiempo. Las calles de Kyoto llevaban siglos sin ver un espectáculo parecido.

Algunos hombres tenían que ser llevados en parihuelas, pues apenas podían andar a causa de las heridas. Otros llevaban la espada desenfundada, porque de tan doblada y hecha trizas que estaba no podían ni encajarla en la vaina. Pero todos mantenían la cabeza alta y el gesto sereno, orgulloso, como guerreros  salidos de los cantares de gesta de antaño. Y, al frente de la comitiva, Kondo Isami y Hijikata Toshizo, radiantes, sonriendo a cada paso. Era su gran momento. Al fin habían logrado su gran sueño. Aquel puñado de ronin de origen humilde, que escasamente un año antes no eran más que simples matones a sueldo, habían entrado en la leyenda como auténticos samuráis. Aquella noche en Ikedaya, los Shinsengumi se habían cubierto de gloria.

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Los Shinsengumi siguen siendo muy populares en Japón, como demuestran los numerosos desfiles y eventos de recreación histórica que se celebran todos los años en su honor

El asalto al Ikedaya se había saldado con una espectacular victoria a favor del shogunato y, en especial, del Shinsengumi. Solo tuvieron que lamentar una baja como resultado de la acción, más otros dos hombres que murieron días después por las heridas recibidas. A cambio, la rebelión había perdido a algunos de sus principales líderes. Las secuelas de Ikedaya fueron devastadoras para Choshu y la causa lealista. Los años siguientes fueron duros, muy duros. Años de plomo, de represión brutal y persecución constante. Hay quien dice, no sin cierta razón, que el golpe de Ikedaya retrasó la caída de los Tokugawa al menos un año.  Pero, a la larga, ni todas las espadas del Shinsengumi podrían evitar lo inevitable.

El shogunato Tokugawa estaba herido de muerte, y las señales de su inminente colapso eran cada vez más claras. La causa de Kondo Isami y los suyos estaba perdida de antemano; peleaban en una guerra que no podían ganar. Su enemigo no eran los rebeldes, sino el propio curso de la Historia. Con su triunfo en Ikedaya solo habían conseguido retrasar su final. La revolución acabaría triunfando sin que nadie pudiera pararla y, con ella, llegaría el ocaso definitivo del mundo de los samuráis. Todo aquello en lo que los Shinsengumi habían creído, todo por lo que habían luchado y sangrado, estaba a punto de desvanecerse como una lágrima en la lluvia. Ese escuadrón de guerreros indomables estaban destinados a ser los últimos samuráis.

Fuentes e imágenes:

  • Hillsborough, R. (2015); Samurai Tales: Courage, Fidelity, and Revenge in the Final Years of the Shogun; Tuttle Publishing
  • Hillsborough, R. (2005); Shinsengumi: The Shogun’s Last Samurai Corps; Tuttle Publishing
  • Suzuki, T. (1996); Shinsengumi 100 Wa; Chuokorosha
  • samurai-archives.com

16 comentarios sobre “Asalto al Ikedaya: el día que los Shinsengumi salvaron al emperador de caer en manos de la rebelión

  1. En la foto que pones del Ikedaya me di cuenta de un detalle. A través de la ventana del segundo piso se ven unas figuras pintadas en la pared del fondo. ¿¿Sabes si son referencia al propio hecho ocurrido en ese lugar???

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    1. ¡Gracias por tu comentario! Efectivamente, el Ikedaya de hoy en día una especie de restaurante temático dedicado a los Shinsengumi. Si no recuerdo mal, los camareros incluso llevan el típico abrigo azul y blanco, y en el menú puedes encontrarte cócteles tan apetecibles como el Saito Hajime o el Serizawa Kamo. Si bien es una pena que no se haya conservado el edificio original, al menos es una mejora respecto a lo que teníamos antes: hasta hace unos años, en el solar de lo que era el Ikedaya había un maldito pachinko. En pleno siglo XXI ya no hay mucho peligro de que te vengan los Shinsengumi katana en mano a hacer registros por sorpresa, así que se puede ir al Ikedaya a tomar un trago tranquilamente. Que está bien céntrico, además. :D

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      1. Sería impresionante volver a ver entrar una partida de tipos con katanas y mala leche gritando “¡paso al Shinsengumi!”. Más de un cliente moriria de un infarto, o de problemas estomacales, jajajajaja.
        Por cierto, me llamó mucho la atención tu última frase: «estaban destinados a ser los últimos samuráis». ¿¿Qué piensas de la rebelión que aparece en la pelicula «el ultimo samurai?? Ya se que es una historia muy mal contada y con personajes muy cambiados, pero me sorprende esa frase tan «desafiante», si es que se puede decir asi.
        Un saludo

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      2. ¡Gracias por el apunte! Ja ja ja, no creas, a mí me parece el complemento perfecto a la velada, hasta estaría dispuesto a pagar un plus y todo.
        La Guerra de Seinan, también llamada la Rebelión de Satsuma o, simplementente, la Rebelión de Saigo (Takamori), es un tema al que algún día dedicaremos un artículo en profundidad. Es tan interesante como compleja y poco conocida. Pero no la considero como una guerra samurái propiamente dicha. Técnicamente, los samuráis como clase social ya no existían, y aunque hubo momentos en los que se echó mano de la katana al agotarse las municiones, en general los combates se libraron con rifles de repetición y artillería de moderna, entre ejércitos que iban equipados y uniformados a la manera occidental. Poco que ver con lo que se ve en la película de «El último samurái».
        ¡Otro saludo para ti! ;)

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  2. ¡Qué buen artículo! Yo me empecé a interesar en la historia de Japón, sobre todo en la de los samurais, cuando vi la serie Rurouni Kenshin. Me fascinan las historias de samurais. Quizá me puedas ayudar con algunos títulos, ya sean películas, animes, series de tv u otros. Por el momento me descargado de la web varias películas clásicas de Akira Kurosawa. Saludos y sigan con esas historias que son lo máximo.

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    1. ¡Gracias por el comentario y por tus elogios! Si quieres más historias de samuráis, aquí te las contamos todos los meses, así que estate atento a los siguientes artículos, ja ja ja ;)

      Sin salirnos del Shinsengumi, hay bastantes películas y material audiovisual que recomendar. Rurouni Kenshin ya la conoces, aunque nunca está de más mencionarla porque es de lo mejorcito que se ha hecho en cuanto a apariciones del Shinsengumi en manganime. Luego está «Hakuoki», que es una franquicia de videojuegos y anime que tiene a los Shinsengumi como protagonistas principales. Pero hay que decir que es una serie enfocada fundamentalmente al público femenino nipón, así que tal vez no sea exactamente lo que andas buscando. En Hakuoki lo importante, más que las espadas, son los amoríos (de corte homoerótico) que estos buenos mozos se traen entre ellos. Avisado quedas.

      Y en imagen real también hay bastante para elegir. El Taiga Drama que hizo la NHK (la TV pública nipona) en 2004 estaba dedicado por entero a ellos. Ahí tienes 50 capitulazos para disfrutar de Kondo Isami y compañía. La serie tiene sus pegas, pero en general se deja ver bastante bien. El título no tiene pérdida: «Shinsengumi!!».

      Películas hay un montón. Las más fáciles de conseguir probablemente sean «Gohatto» (titulada «Taboo» en el extranjero), que es más bien lenta y también ahonda en el rollo homoerótico que se traían estos chicos; y «When the last sword is drawn», un verdadero peliculón de capa y espada, como los de antes, con duelos a muerte y sangre salpicando por todas partes. Con estas ya tienes para entretenerte un rato pero, si te quedas con ganas de más, puedes echarle un ojo a «Shinsengumi: assassins of honor», de 1969, con el gran Toshiro Mifune haciendo de Kondo Isami. Todo un clásico.

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      1. Muchas gracias por tus recomendaciones. Esa última película con el Gran TOSHIRO MIFUNE no me la pierdo. Gracias nuevamente y espero más historias del folclore japonés. Saludos y éxitos.

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  3. Super fan de tu blog y de este artículo <3 Lo tienes tal y como lo hubiera imaginado, tanto por el diseño, colocación de imágenes… (los enlaces muy bien) y luego la temática, que me fascina!!! Todo lo relacionado a los samuráis siempre me ha gustado mucho y ahora con tu blog puedo saber mucho más :D Tan sólo un detalle.. . si eres muy perfeccionista (algo así como yo XD ) cuando redactes señaliza el texto y da a la opción que dice "justificar" te quedará todo más alineado y aún más bonito ;) Por lo demás, perfecto!!

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    1. ¡Gracias por lo elogios! Me alegro de que te guste el blog, tanto el continente como el contenido, ja ja. Por cierto, se agradece también recibir feedback, digamos, técnico de vez en cuando. Miraré lo de justificar los textos, a ver cómo queda. ¡Gracias por el apunte! ;)

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  4. Excelente!!!! Me encantó.me emocionó mucho leer tu artículo.en muchos se cuenta lo pasado en el ikedaya pero los detalles por vos ofrecido lo hacen especial.las espadas rotas,las consecuencias de dicha pelea tanto en las personas como en la misma posada…todo lo hace un artículo fascinante. Muchas gracias.

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