Dojigiri, la katana decapitadora de demonios

En esta santa casa nos gusta hablar de espadas, y hoy traemos a escena otra katana con historia. Una herreruza que puede presumir, ahí es nada, que de haber cortado la cabeza de un demonio. O, al menos, eso dice la leyenda. Hablamos de la famosa Dojigiri Yasutsuna, que de hecho está considerada un tesoro nacional por el gobierno japonés. Cualquiera que se acerque hasta allí puede verla expuesta en el Museo Nacional de Tokyo, en el céntrico parque Ueno, el corazón mismo de la capital nipona. A lo largo de sus cerca de mil años de existencia la Dojigiri ha pasado por manos ilustres, desde el mítico héroe Minamoto no Raiko, uno de los primeros samuráis, hasta varios shogunes Tokugawa, y su filo ha protagonizado hazañas aparentemente imposibles que, sin embargo, aparecen profusamente documentadas en las crónicas de la época. Veamos qué hay de verdad en todo ello.

No cabe duda de que la Dojigiri es una espada misteriosa, rodeada de leyendas. Sus primeras apariciones en las crónicas se remontan nada menos que al siglo IX, y atribuyen su autoría al gran Yasutsuna, maestro herrero de comienzos de la era Heian. De su padre y forjador le viene el «apellido» por el que comúnmente es conocida. Pero, en realidad, es poco probable que se forjara en torno al año 810, como pretende la tradición. Hablamos de katana pero, en realidad, se trata de un tachi, el sable largo típico de finales de la era Heian. Las hechuras de la hoja y la técnica empleada también sugieren que es una obra de principios del s. XI, lo cual además encaja a la perfección con la creencia de que era la espada del legendario Minamoto no Raiko. Es difícil dar nada por seguro pero, si hubiera que apostar, arriesgaríamos todos nuestros ryo doble contra sencillo a que esta última teoría es la correcta.

 

La leyenda del demonio Shuten Doji

El nombre de Dojigiri aparece ligado al de Raiko desde tiempo inmemorial. Para ver de dónde viene esta conexión tenemos que remontarnos al paso entre los siglos X y XI, a  las andanzas de uno de los primeros samuráis: Minamoto no Yorimitsu, más conocido como Raiko. Lo mismo que que sucede con la Dojigiri, en la figura de Raiko se mezclan historia y leyenda a partes iguales. Tan pronto lo pintan cazando monstruos y bestias mitológicas por esos campos de Buda, que aparece como autor de refinados versos que aún hoy pueden leerse en las antologías de poesía cortesana de la era Heian, la edad de oro de las letras japonesas.

shuten doji
Al amigo Shuten Doji le gustaba la buena vida

Como buen hombre de su tiempo, no es de extrañar que Raiko, además de gran guerrero, fuera también un literato notable. Vivió en la misma época de poetisas inmortales como Sei Shonagon y Murasaki Shikibu, cuando la corte imperial estaba en su máximo apogeo y las artes florecían en Kyoto con más esplendor que los cerezos del vecino monte Yoshino.

Pero en este clima de Arcadia feliz tampoco faltaban los ocasionales nubarrones. Porque, además de poetas, si algo abundaba en la era Heian eran los monstruos, fantasmas y demonios de todo pelaje, que había que exorcizar convenientemente por el bien del orden público.

Pues bien, cuentan que, en tiempos del emperador Ichijo, un terrible demonio oni (un engendro parecido a este) y sus secuaces tenían aterrorizada a toda la región de Tanba, a las mismas puertas de la capital. El ogro, además de malvado, era un depravado de tomo y lomo, y se dedicaba a raptar damiselas para ultrajarlas en su cueva. Después, cuando se cansaba de ellas, procedía a devorar sus tiernas carnes y beberse su sangre. Así pasaba sus días el angelito, en una sucesión de bacanales apoteósicas en las que, además del icor de doncellas virginales, el sake y los espirituosos corrían a mansalva. De ahí le venía al ogro el nombre de Shuten Doji, que podría traducirse más o menos como “El Borrachín”.

Las correrías de Shuten Doji y sus compinches tenían acongojada a toda la comarca, y los nobles de Kyoto ya no sabían qué hacer para poner a salvo a sus hijas en edad de merecer. Así las cosas, el emperador decide tomar cartas en el asunto y le encarga a uno de sus mejores guerreros, Minamoto no Raiko, la misión de dar con el escondrijo de Shuten Doji y poner fin a sus fechorías. La tarea no era fácil, puesto que el rijoso demonio, además de la fuerza de mil hombres, tenía poderes que le permitían desde volar hasta cambiar de forma a su antojo. Pero Raiko, acostumbrado a vérselas con engendros y seres sobrenaturales de todo tipo, acepta el encargo sin pestañear. Reúne a sus cuatro lugartenientes (que a su vez son también héroes legendarios del panteón japonés) y, todos juntos, parten en pos de Shuten Doji.

minamoto no raiko y kintaro
Minamoto no Raiko (a la izquierda) era un tipo acostumbrado a lidiar con lo sobrenatural

Disfrazados de monjes mendicantes y con algo de ayuda divina (Japón es el pais de los dioses, no lo olvidemos), consiguen dar con la cueva donde se ocultan los demonios, y se las arreglan para que los inviten al festín que tienen montado para esa noche. Para no variar, la farra es de campeonato, con bebercio y carne de muchacha a tutiplén, y para disimular Raiko y los suyos se ven obligados a comerse las raciones de solomillo de jovencita que les sirven los ogros. Pero poco a poco, a medida que corre el alcohol, van haciendo buenas migas con Shuten Doji, y los falsos monjes le ofrecen probar el sake que traen en sus mochilas. Poco se imaginan los diablillos fiesteros que ese licor es en realidad un brebaje sagrado, que en el estómago de un oni tiene un efecto peor que el del más infame garrafón. Pero claro, para cuando quisieran darse cuenta, ya iba a ser tarde.

El momento culminante de la historia llega cuando Shuten Doji, alcoholizado cual turista inglés en la Costa Brava, se desploma en mitad de la cueva a dormir la mona, y Raiko aprovecha la coyuntura para decapitarlo de un tajo con su espada. Pero el amigo Shuten Doji era un peligro hasta después de muerto; su recién cercenada testa aún tuvo arrestos para soltarle un bocado a Raiko que, de no ser por su prodigioso yelmo, a buen seguro le habría arrancado la cabeza de cuajo. Lo que sigue es fácil de imaginar: los héroes les dan para el pelo al resto de la cuadrilla de Shuten Doji, rescatan a las doncellas cautivas y vuelven todos a Kyoto tan felices a comer perdices. O lo que fuera que comiesen los samuráis en aquellos tiempos.

shuten doji y minamotono raiko
Cuenta la leyenda que la cabeza de Shuten Doji aún tiraba dentelladas después de muerto

Esa espada capaz de rebanar el pescuezo de un ogro como si fuera mantequilla era, precisamente, la obra maestra de Yasutsuna. A partir de entonces sería conocida como Dojigiri, esto es, «Matadora de (Shuten) Doji» o, por extensión, matadora de demonios, en honor a la hazaña de Raiko.

Pese a que la historia de Shuten Doji habla de personas, fechas y lugares fácilmente trazables históricamente, evidentemente no se trata mas que de una leyenda. No en vano la mayoría cuentos de hadas clásicos del folklore japonés remontan sus orígenes, precisamente, a esa misma era Heian en la que vivieron Raiko y los suyos (para saber más sobre esta época fascinante, aquí hay una buena introducción). Pero, como tantas veces ocurre en el país del Sol Naciente, mito y realidad aparecen fusionados de manera casi inextricable. Solo en Japón puede uno encontrarse, en las vitrinas del principal museo del país, con una espada en cuyo cartel explicativo se le atribuye haber decapitado a un demonio.

Pero Minamoto no Raiko y alguno de sus lugartenientes son personajes históricos, tipos que existieron realmente. Los hechos tienen lugar en tiempos del emperador Ichijo, que reinó entre los años 986 y 1011. El monte Oe de la provincia de Tanba, donde vive Shuten Doji, se puede localizar fácilmente en un mapa. En otras versiones del cuento se habla del monte Ibuki, pero lo mismo da. Eso sí, si alguna vez hubo o no demonios merodeando por allí, lo dejaremos a la imaginación de los lectores.

doujigiri yasutsuna
La Dojigiri puede admirarse en el Museo Nacional de Tokyo, y en el cartel explicativo que la acompaña no falta la mención al episodio de Raiko y Shuten Doji

Como de costumbre, en toda leyenda hay siempre algo de verdad. El origen del malvadísimo Shuten Doji hay que buscarlo en los grupos de bandoleros que merodeaban por los aledaños de Kyoto en la época. No es difícil imaginar que, además de dedicarse a vaciar los bolsillos de los transeúntes, de cuando en cuando secuestraran mujeres por la zona, para que la compañía femenina diera un poco de calor a su escondrijo montañés en las frías noches de invierno. También resulta verosímil que el emperador de turno ordenara a uno de sus generales organizar una expedición de castigo para poner fin a sus correrías.  Para un samurái de la era Heian como Minamoto no Raiko, este tipo de misiones eran cosa habitual. Con el tiempo, los bandidos mujeriegos se convirtieron en onis borrachines, y los sufridos samuráis que se batían el cobre con ellos en héroes de leyenda.

 

Un filo capaz de cortar seis cuerpos de un golpe

Pero a la Dojigiri también se le atribuye otra hazaña casi más fabulosa que la de descabellar demonios. Y esta vez está documentada nada menos que en los registros oficiales del clan Tokugawa.

A lo largo de los siglos, la Dojigiri fue pasando de mano en mano hasta acabar en poder del clan Tokugawa, a comienzos de la era Edo. Ieyasu y su hijo Hidetada, los dos primeros shogunes de la dinastía, se cuentan entre sus poseedores. Antes de eso, se dice que peces gordos del calibre de Nitta Yoshisada, Oda Nobunaga o Toyotomi Hideyoshi también se ciñeron la Dojigiri al cinto en algún momento. El pedigrí de este acero es impresionante, como vemos. Una vez dentro de la colección Tokugawa, la katana pasó al clan Matsudaira, una rama de la familia Tokugawa. Más concretamente a los Matsudaira de Tsuyama, señores de la provincia de Mimasaka (actual prefectura de Okayama), en el Oeste de Japón.

tameshigiri 8 cuerpos
Algo parecido a esto es lo que, dicen, era capaz de hacer la Dojigiri

Es en este momento cuando la Dojigiri lleva a cabo otra de sus proezas, por si acaso hasta entonces había hecho poca cosa para figurar en los anales de la Historia. Matsudaira Nobutomi, jefe del clan desde finales del s. XVII, ordenó probar el filo de la famosa espada y, según reza en los registros, la Dojigiri se las arregló para cortar limpiamente nada más y nada menos que ¡seis! cuerpos humanos de un tajo en una sesión de tameshigiri. No solo eso, sino que el golpe llegó incluso a partir en dos el montículo de tierra sobre el que estaban apilados los cadáveres.

Llegados a este punto, se hace necesaria una pequeña aclaración. ¿Qué es eso del tameshigiri? Permítasenos una ligera digresión para introducir al lector en el fascinante mundo de la, llamémosla así, cata de espadas.

 

Tameshigiri, el arte de probar la espada

Por mucho que ahora estén expuestas en museos para que la gente se deleite observándolas, no conviene perder de vista el hecho fundamental de que una espada es un arma. Una herramieta cuya finalidad básica es matar gente. En el caso de las katanas, a poder ser partiendo en dos al pobre infeliz que se le ponga a uno por delante. Los japoneses del medievo, que eran gente pragmática, siempre tuvieron esto bastante claro. Y, del mismo modo que hoy en día quien va a comprarse un coche se da un voltio con él para ver qué tal responde en las curvas antes de hipotecarse el sueldo de los próximos lustros, los samuráis hacían tres cuatros de lo mismo con sus herreruzas. Solo que, claro, la única manera de comprobar qué tal “funciona” una katana es dar tajos con ella a ver qué tal corta. Esto es lo que se llama tameshigiri, «prueba de corte».

tameshigiri 3
El tameshigiri era una práctica bastante habitual en la época de los samuráis, pero no se puede decir que fuera precisamente apta para todos los públicos

Hay muchas maneras de poner en práctica este noble arte, y casi todas son inofensivas. Lo más habitual es cortar troncos de bambú o esteras de tatami enrolladas. Quienes hayan practicado kenjutsu, el arte de la espada japonesa, probablemente estén familiarizados con el proceso. Pero, en los viejos tiempos, de vez en cuando se utilizaban cadáveres humanos para estos menesteres. O también de animales, si se tenían a mano. No era cosa extraña toparse con una de estas sesiones de disección a golpe de katana a la orilla de cualquier camino. Incluso existían tratados de lo más minucioso, detallando los distintos cortes que se podian practicar, con diagramas del cuerpo humano despiezado cual gorrino en una charcutería. Los europeos que vistaban Japón encontraban el espectáculo absolutamente abominable, pero a los japoneses de la época, habituados a la casquería después de siglos de guerras civiles, no les parecía nada del otro mundo.

Normalmente el tameshigiri se practicaba con cadáveres (a ser posible recién muertos, para mayor realismo), generalmente de reos condenados a la pena capital. Una vez ejecutado el prisionero, se usaba su cuerpo para probar las espadas. A veces, como en el caso de la Dojigiri, se apilaban varios cuerpos sobre un montículo de tierra, sujetos con varas de bambú, y se trataba de ver cuántos podían atravesarse de un solo tajo. Cortar dos o tres ya era una proeza considerable.

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Diagrama de los distintos cortes que se podían practicar en un cadáver

En ocasiones el tameshigiri también se hacía con sujetos vivos, la prueba definitiva para estar seguro de lo buena que era una herreruza a la hora de cumplir con su cometido. En estos casos se usaba a presos del corredor de la muerte como conejillos de indias, y por lo general se los despachaba con el primer golpe (preferentemente decapitándolos) para después seguir con los demás mandobles del repertorio mientras el cadáver estuviera aún fresco. Había una variante más hardcore de esta última modalidad de tameshigiri, que era ponerse a rajar a transeúntes por los caminos. Es lo que se llamaba tsujigiri, una práctica bastante salvaje que, pese a estar prohibida por las leyes Tokugawa, gozó de cierta popularidad entre las pandillas de macarras y delincuentes callejeros de la era Edo.

En realidad, era muy raro que un samurái tuviera la oportunidad de probar su espada en carne humana fuera del campo de batalla. El tameshigiri era una práctica profusamente regulada y con un ritual y etiqueta muy precisos, no apta para amateurs. Los encargados de llevarla a cabo solían ser maestros espadachines, contratados para la ocasión. Los verdugos de las prisiones también se ganaban sobresueldos ofreciendo este tipo de servicios. Una vez hecha la cata, los resultados se anotaban minuciosamente y quedaban registrados, ya que el valor de la propia katana dependía en buena medida de ellos.

 

Un acero de leyenda

Así, la mano que empuña el acero tiene mucho que ver en este resultado final, y en el caso de la Doijigiri el maestro encargado de probarla fue un tal Machida Chodayu. Pero, por muy diestro que fuera, y por excelente que fuese el filo de la Dojigiri, sajar seis torsos de un solo golpe parece un tanto exagerado. En casos como este, se antoja prudente asumir que los registros fueron debidamente “embellecidos” para acrecentar el aura de la leyenda de la espada.

dojigiri yasutsuna detalle
Detalles de Dojigiri: filo, punta y firma en la espiga

Que lo de los seis cuerpos fuera cierto o no, en el fondo, para los japoneses de la época era lo de menos. Es la misma historia que con la cabeza de Shuten Doji. Asociar la espada a Raiko, el gran héroe del legendario clan Minamoto, no era más que una manera de dignificarla y conferirle rancio abolengo, para indirectamente legitimar también a sus poseedores. En este caso, la casa Tokugawa, a quienes siempre se le dio bien eso de capitalizar el buen nombre de los Minamoto en su favor.

Hay muchas más historias en torno a la Dojigiri y sus fabulosos poderes, a cual más fantástica. Pero, haya o no decapidado a un oni borrachuzo hace casi mil años, lo cierto es que es una pieza magnífica. Su temple es excelente y no cabe duda de que, siglos atrás, hubo guerreros, acaso el mismísimo Minamoto no Raiko, que la empuñaron en el campo de batalla con la intención de forjarse su propia leyenda. Solo que, al final, la leyenda de la espada ha acabado superando a la de sus dueños.

 

Fuentes e imágenes:

  • Rankin, A. (2011); Seppuku: A History of Samurai Suicide; Kodansha USA
  • Sato, H. (1995); Legends of the Samurai; Overlook Books
  • Sesko, M. (2011); Legends and Stories Around the Japanese Sword; Books on Demand
  • Shirane, H. (2008); Traditional Japanese Literature: An Anthology, Beginnings to 1600; Columbia University Press

 

11 comentarios sobre “Dojigiri, la katana decapitadora de demonios

    1. ¡Gracias por tus palabras de ánimo! ¡Ya me gustaría poder jugar esa partida, aunque no fuera más que una sesión! Volveremos a hablar de leyendas e historias de fantasmas varias muy pronto, estad atentos ;)

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      1. Acabo de terminar tu libro «crónicas de los samuráis» Y me ha encantado, tanto la temática como tu estilo desenfadado pero con fundamento, enhorabuena!

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  1. es asombroso el tiempo que le has dedicado a las grandes épicas de el país del sol naciente, ergo, me encanto la leyenda, supongo que por algo es tan buena katana( o catana, como prefieran) en las grandes variedades de juegos con la herreruza antes mencionada.

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