El castillo flotante de Takamatsu

En el Japón feudal, sobre todo una vez entrada la era Sengoku, la guerra era a menudo un asunto de asedios. Las batallas campales eran algo relativamente raro. Sekigahara, Nagashino, Okehazama… son hitos que han quedado para la Historia precisamente por ser la excepción a la norma. La rutina de un samurái, en realidad, pocas veces implicaba luchar a campo abierto. En cambio, asaltar castillos y asediar plazas fuertes era el pan nuestro de cada día. Y, si en la tierra del Sol Naciente hubo un maestro absoluto del arte del asedio, ese fue Toyotomi Hideyoshi. No había castillo que se le resistiera. De entre todas sus conquistas, una especialmente ha quedado para la leyenda: Takamatsu, el castillo flotante. ¿De dónde le viene ese nombre?  Pues, precisamente, porque así es como lo dejó Hideyoshi una vez hubo acabado con él, «flotando» en mitad de una inmensa laguna artificial. Una táctica tan espectacular como efectiva para aislar completamente la plaza enemiga. Vamos a ver cómo lo hizo.

No es la primera vez que hablamos de Hideyoshi por aquí, ni será la última. No en vano el viejo mono es uno de los protagonistas más destacados de la historia de Japón. Pero cuando estaba ante los muros de Takamatsu, en 1582, aún le quedaba un buen trecho para convertirse en el amo y señor del imperio. Por aquel entonces no era sino un prometedor general al servicio de Oda Nobunaga, enfrascado en una dura campaña para someter al poderoso clan Mori, dueños del Oeste de Japón. Aunque, en cierto modo, este asedio sería el primer paso en su fulgurante carrera hacia el poder absoluto. Puede decirse que Hideyoshi empezó a construir su imperio sobre las mismas piedras de las murallas de Takamatsu.

 

Hideyoshi, el soberano que empezó desde abajo

Empecemos por el principio. En 1577 Hideyoshi aún no había adoptado el pomposo apellido Toyotomi, ni los rimbombantes títulos nobiliarios por los que más adelante sería famoso. El mundo lo conocía como Hashiba Hideyoshi (aunque había usado otros nombres antes), mano derecha de Nobunaga y figura destacada en las guerras para la unificación del imperio. No estaba nada mal para un tipo de orígenes tan humildes como los suyos, un hijo de campesinos que, según  se contaba, había empezado su carrera militar como paje llevándole las sandalias a su jefe Nobunaga. En apenas unos años, Hideyoshi se las había arreglado para subir puestos en el escalafón del clan Oda y convertirse en uno de sus generales de confianza. Méritos no le faltaban, como estaba demostrando en su ofensiva para sojuzgar las provincias occidentales.

hideyoshi armadura
Pese a sus orígenes humildes, Hideyoshi era un brillante general y aún mejor administrador

La campaña había empezado en 1577 y duraba ya varios años, con progresos lentos y costosos. Pero es que Hideyoshi estaba aguantando el frente occidental él solito, mientras su señor se dedicaba a guerrear por las regiones centrales y orientales de Japón. Con una hueste de escasos 15.000 hombres para acometer la invasión de un territorio enorme, sin recibir refuerzos de Nobunaga más que de manera puntual, se enfrentaba a los ejércitos de uno de los clanes más poderosos de todo Japón. Los Mori controlaban, bien de manera directa o por medio de sus muchos clanes aliados, la región occidental de Japón. Sin contar las islas de Kyushu y Shikoku, prácticamente todas provincias al Oeste de Kyoto eran suyas.

Claro que Hideyoshi solo sacaba los colmillos cuando era estrictamente necesario. Como si fuera un Don Corleone del Japón feudal, siempre que era posible, prefería ganarse a sus adversarios a base de hacerles ofertas que no pudieran rechazar. Solo recurría a la vía militar cuando no se dejaban convencer para pasarse a sus filas por lo civil. Y, lento pero seguro, Hideyoshi les había ido arrancando territorios dentellada a dentellada a los Mori.

En 1580 recibió las recién conquistadas provincias de Harima y Tajima en señorío, e instaló su cuartel general en Himeji. Con el tiempo, convertiría esa pequeña fortaleza en uno de los castillos más famosos (y bellos) de Japón. A partir de ahí, los avances de Hideyoshi se hicieron más agresivos. Para primeros de 1582 estaba ya a tiro de piedra del centro neurálgico de los dominios de los Mori. Después de arrebatarles una serie de provincias fronterizas, el poderío del enemigo empezaba a tambalearse seriamente. Lo único que se interponía en el camino triunfal de Hideyoshi eran los muros del castillo de Takamatsu, en la provincia de Bicchu. Si lograba borrar del mapa ese último bastión, tendría ante sí una autopista de cuatro carriles para llevar sus mesnadas hasta el mismo corazón de las provincias occidentales.

mapa campaña takamatsu
Mapa de las provincias occidentales: así estaban las cosas en Japón hacia 1580. Las regiones en color carne son dominios del clan Mori; las de color verde, feudos de los Oda

 

Mizuseme: la estrategia del agua

Fiel a su estilo, antes de sacar las katanas de la vaina, Hideyoshi intentó explorar la vía de la persuasión. La oferta que le hizo al amo del castillo, Shimizu Muneharu, era más que jugosa: si rendía la plaza, el feudo entero de Bicchu sería suyo. Naturalmente, si caía Takamatsu, se daba por sentado que toda la provincia haría lo propio en cuestión de días. Pero Muneharu era un tipo íntegro y se mantuvo fiel a sus señores, los Mori. Ni oro ni honores pudieron convencerlo para hincar la rodilla. A Hideyoshi no le quedaba más remedio que conquistar la fortaleza por medio del asedio, y se puso manos a la obra. Nunca mejor dicho, porque iba a hacer a trabajar a sus ingenieros de lo lindo.

El asalto era una empresa harto compleja. Takamatsu estaba en una posición fácilmente defendible, sobre un promontorio en mitad de un amplio valle fluvial, rodeado de montañas por los flancos y con el río Ashimori haciendo de defensa natural. Pero las montañas estaban lo bastante lejos de la fortaleza como para no poder usarlas como posiciones de sitio, y la disposición orográfica hacía que desde Takamatsu se controlara perfectamente todo el terreno circundante. Cortarle las rutas de abastecimiento y rendirlo por hambre no era una opción.

hideyoshi caballo
Hideyoshi era un tipo de ideas brillantes, sus métodos de asedio eran lo nunca visto en la época

Otro general habría optado por un asalto frontal a las murallas, pero el astuto Hideyoshi tenía otros planes. Haciendo de la necesidad virtud, buscó la manera de tornar la orografía del lugar en su favor. Y la encontró. A Hideyoshi se le ocurrió desviar el curso del río Ashimori para inundar toda la llanura y aislar al castillo. Iban a dejarlo flotando en medio de un inmenso lago artificial, cortándole así todo contacto con el exterior. Es lo que la historia llamaría después mizuseme, “estrategia del agua” o «ataque con agua».

Sobre el papel la idea era genial, pero ponerla en práctica era harina de otro costal. Los zapadores de Hideyoshi tuvieron que arreglárselas para levantar un dique de dimensiones considerables y desviar el cauce de un señor río en las mismas narices de los defensores del castillo. Y todo ello en apenas diez días, a base de empalizadas de bambú y sacos de arena. Dadas las circunstancias, aquello era una auténtica proeza de logística e ingeniería. Para completar esa obra faraónica en tiempo récord, Hideyoshi, cual magnate del ladrillo en Marbella, reclutó un verdadero ejército de peones y jornaleros entre los campesinos de la zona, pagados y alimentados de su bolsillo. Las dimensiones del dique no eran moco de pavo: casi tres kilómetros de largo, con paredes en forma trapezoidal de 7m de alto y un grosor 22m en la base y 11m en lo alto.

castillo takamatsu mizuseme
Aunque ciertos detalles se antojan un poco exagerados, el asedio de Takamatsu debió de ser algo parecido a lo que se ve en este grabado ukiyoe de la era Edo

El dique estuvo listo justo al empezar la temporada de lluvias, con lo cual todo el valle quedó anegado en cuestión de horas. Cuando Shimizu Muneharu y sus hombres se levantaron un buen día por la mañana, se encontraron en medio de un auténtico mar, con las olas rompiendo en sus mismísimas murallas. Se habían quedado completamente incomunicados, pero ni con esas estaban dispuestos a rendirse.

Hideyoshi tomó posiciones en las montañas colindantes y se puso a hostigar a la guarnición con fuego de artillería. Podría pensarse que, con Takamatsu anegado y aislado, podía limitarse a esperar a que se les agotaran las provisiones y se rindieran. Pero el tiempo no era un lujo del que Hideyoshi dispusiera en demasía. Estaba en mitad de territorio enemigo y, cada día de sitio que pasara, aumentaba el riesgo de que los Mori enviasen refuerzos. Efectivamente, pronto llegaron noticias de que Terumoto, el señor de los Mori, había movilizado a sus legiones y acudía presto a romper el cerco de Takamatsu. El propio Terumoto marchaba al frente de sus tropas, señal de que se tomaba el asunto muy en serio. Hideyoshi no se lo pensó dos veces y solicitó también refuerzos a Nobunaga.

 

¿El último paso hacia la unificación de Japón?

El asedio de Takamatsu tenía mucho de duelo final. Quien ganara aquella batalla tendría bola de partido para llevarse el resto de provincias occidentales a la buchaca, como fichas de dominó cayendo una tras otra. Y, con ellas, el dominio definitivo del país. Con tanto en juego, Nobunaga no quiso dejar nada al azar. Él mismo partiría al frente de sus mesnadas para apoyar a Hideyoshi. Había llegado la hora de asestar el golpe final a los Mori, y quería hacerlo él en persona. Si las tierras de los Mori caían, tendría vía libre para invadir la isla de Shikoku por donde quisiera. Y, una vez conquistada Shikoku, podría lanzarse sobre Kyushu por varios flancos. Teniendo en cuenta que Nobunaga controlaba ya todo el centro de Japón, y que los daimyo de las provincias del Este se mostraban dispuestos a rendirle vasallaje, la unificación definitiva del imperio estaba al alcance de su mano. Casi podía rozarla con los dedos.

Poco se imaginaba que aquella sería su última campaña. Antes de reunirse con el grueso de sus tropas y dirigirse hacia Takamatsu, Nobunaga hizo un alto en Kyoto, alojándose en el templo de Honnoji como era su costumbre. Y en esas uno de sus generales, Akechi Mitsuhide, decidió que era una ocasión que ni pintada para cobrarle ciertas cuentas pendientes a su jefe. El resto, como suele decirse, es Historia. En nuestro Diccionario Japónico puede consultarse un breve resumen de lo que sucedió aquella fatídica noche de verano en Honnoji, pero baste con decir que ni Nobunaga ni su heredero Nobutada sobrevivieron al ataque a traición de Akechi Mitsuhide.

Por cierto, una de las teorías para explicar el cruce de cables de Mitsuhide es que, precisamente, Nobunaga le había dado orden de movilizarse para apoyar a Hideyoshi, lo que en teoría le situaba en una posición de subordinación respecto a este. Se ve que ponerse a órdenes de un hijo de campesinos era más de lo que el orgullo de Mitsuhide podía aguantar, y el hombre decidió demostrarle a sus jefes, de la manera más gráfica posible, lo que opinaba del asunto.

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Hideyoshi había pedido refuerzos a Nobunaga para rendir Takamatsu de una vez y asestarle a los Mori el golpe final

Sea como fuere, en cuestión de horas el clan Oda, la principal potencia del país, estaba descabezado. De manera bastante literal, cabe añadir. A Hideyoshi le llegó la noticia en pleno asedio, cuando Takamatsu estaba ya a punto de caramelo. Y, donde otro habría visto una catástrofe, él vio la oportunidad de su vida. Ante el vacío de poder, Hideyoshi lo tuvo claro: quien lograra la cabeza de Mitsuhide, tendría la pole position en la carrera por la sucesión. No había que darle a Mitsuhide tiempo para organizarse… ni tampoco a los demás vasallos del clan Oda.

 

La caída de Takamatsu, un final para la Historia

Mori Terumoto estaba ya a las puertas de Takamatsu, cara a cara con los ejércitos de Hideyoshi, dispuesto para la batalla final. Mitsuhide, desesperado por encontrar aliados para afianzar su posición, le mandó un mensajero para informarle de que Nobunaga había muerto, y que por tanto los refuerzos que Hideyoshi estaba esperando como agua de mayo no iban a llegar nunca. Pero los exploradores de Hideyoshi lograron interceptarlo antes de que pudiera entregar el mensaje, y Terumoto nunca supo lo que realmente estaba sucediendo hasta que el sitio de Takamatsu se hubo levantado.

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Este es el aspecto que debía de tener Takamatsu durante el asedio, totalmente anegado por las aguas

Tal y como estaban las cosas en Kyoto, Hideyoshi tenía asuntos más importantes que atender que aquel maldito asedio. Sin tiempo que perder, se apresuró a firmar una paz de compromiso con los Mori. Otra vez una oferta difícil de rechazar: a cambio de rendir Takamatsu y cederles las provincias de Hoki, Mimasaka y Bicchu (que ya estaban virtualmente bajo control de los Oda), Hideyoshi se comprometía a largarse con sus tropas con viento fresco y dejar a los Mori en paz de ahí en adelante. A Terumoto, que seguía creyendo que los refuerzos de Nobunaga estaban en camino, aquella propuesta le pareció un chollo. Le faltó tiempo para estampar su firma.

El acuerdo de paz tenía una letra pequeña un tanto macabra. Hideyoshi estaba dispuesto a perdonar la vida a la guarnición de Takamatsu, pero había que rendir el castillo de manera formal. Y eso implicaba cobrarse la cabeza de su comandante, el valiente Shimizu Muneharu. En el Japón de la era Sengoku era importante mantener las formas, y no podía hablarse de victoria o derrota hasta que el general enemigo estuviese muerto y bien muerto. Para salvar las vidas de sus hombres, Muneharu aceptó su destino. Pero, ya puestos, iba a despedirse de este mundo con estilo. Escogió un escenario espectacular para hacerse el seppuku: en una barca en medio del lago, con los muros del castillo flotante de fondo y los dos ejércitos, perfectamente formados cada uno en un flanco del campo de batalla, como testigos.

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Tumba de Shimizu Muneharu, en las inmediaciones de lo que en su día fue su castillo

Con la muerte de Muneharu el castillo de Takamatsu al fin podía considerarse oficialmente conquistado, y Hideyoshi tuvo ya vía libre (y, lo que es más importante, la retaguardia cubierta) para levantar el sitio y marchar hacia Kyoto a la caza de Mitsuhide. En poco más de una semana las huestes de Hideyoshi recorrieron los más de 200 km que separan Takamatsu de Kyoto y cayeron sobre el desprevenido Mitsuhide. Hideyoshi había llegado a tiempo de vengar a su señor caído, antes de que ningún otro de los generales de Nobunaga hubiera podido movilizarse siquiera.

Sus hombres habían volado a una velocidad pasmosa, completando una retirada en tiempo récord a través de medio país, pero las marchas forzadas no parecieron afectarles demasiado, porque barrieron al enemigo en cuanto se lo cruzaron por delante. El traidor Mitsuhide sufrió un descalabro monumental en la batalla de Yamazaki y, al día siguiente, su cabeza era exhibida en lo alto de una pica en las calles de la capital. Ante Hideyoshi se abría un mundo nuevo de posibilidades con las que ni siquiera había soñado. A fe que sabría jugar bien sus cartas: en cosa de cinco o seis años, ese hijo de campesinos venido de una aldea perdida se iba a convertir en el amo absoluto de Japón. Y todo empezó, como quien dice, en los anegados muros de Takamatsu.

 

Fuentes e imágenes

  • Berry, M.E. (1989); Hideyoshi; Harvard Univ. Asia Center
  • Turnbull, S. (2010);  Toyotomi Hideyoshi; Osprey Publishing
  • Varley, P. (2007); Oda Nobunaga, Guns and Early Modern Warfare in Japan, editado en Baxter J.C. y Fogel, J.A.; Writing Histories in Japan: Texts and their Transformations from Ancient Times through the Meiji Era; International Research Center for Japanese Studies
  • samurai-archives.com

6 comentarios sobre “El castillo flotante de Takamatsu

  1. Como siempre, un estupendo artículo que, además de instruir a los profanos (entre los que me incluyo), intenta arrojar algo de luz sobre la traición de Akechi Mitsuhide, sin duda uno de los episodios más controvertidos de la era Sengoku.

    Un saludo, y suerte con el blog!

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  2. ¡Muchas gracias por tus palabras! La verdad es que el asunto de Mitsuhide da para escribir libros enteros, y de hecho hay literatura al respecto como para parar un tren. El incidente de Honnoji es la conspiración por excelencia de la Historia de Japón, tiene todos los ingredientes. Solo le faltan Mulder y Scully persiguiendo alienígenas. Un día me gustaría hacer una entrada recogiendo las teorías más locas sobre Honnoji e ir refutándolas una a una, en plan Mythbusters. Hay mucho mito y mucha invención hasta en las teorías más comúnmente aceptadas. Nunca sabremos lo que se le pasó por la cabeza a Mitsuhide para hacer lo que hizo… pero sí podemos estar bastante seguros de que ciertas cosas jamás se le pasaron por la imaginación, por mucho que la tradición popular pretenda lo contrario.

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    1. Efectivamente, son dos castillos diferentes con el mismo nombre. «Takamatsu» es un toponimo más bien común en Japón. El castillo del que se habla en este artículo suele llamarse también castillo de Bitchu-Takamatsu, por el nombre de la provincia en la que estaba.

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